Hoy han venido Emilio Manzano y los de Amb filosofia a casa y hemos hablado de un montón de cosas. También, y sin preverlo, del amor cristiano.
Les cuento.
Se dice a menudo que el cristianismo es la religión del amor, por oposición a las religiones de la ley (judaísmo e islamismo), pero la reflexión cristiana sobre el amor ha priorizado dos de sus manifestaciones, la del ágape y la philía, mientras postergaba la de eros.
El principio fundamental del cristianismo es la esencia amorosa de Dios, pero las dificultades para teorizar un Dios erotizado son reales. Desde la perspectiva helénica, no estaba totalmente carente de razón Celso cuando acusaba a los cristianos de impiedad por creer en un dios que ama, puesto que si ama, hay en él una carencia que necesita ser satisfecha con el objeto amado. Esta cuestión fue reactualizada en el siglo pasado por Anders Nygren en su famoso Eros y Ágape, defendiendo la diferencia radical entre el eros griego y el ágape cristiano. Según Nygren, Platón no sabía nada del ágape y San Pablo, aún menos de eros.
Jn 4, 16: "Dios es amor (agapé), y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él". En la traducción de San Jerónimo: "Deus caritas est et qui manet in caritate in Deo manet et Deus in eo".
San Agustín se esfuerza denodadamente por encontrar el encaje del eros griego y el ágape cristiano, pero, a mi parecer, no le salen las cuentas. Por eso acaba diferenciando entre el amor benevolente, el específicamente cristiano, y el amor concupiscente, el puramente erótico. Este último sería un amor exigente, involuntario, que surge de una carencia, que necesita poseer el objeto amado; mientras que ágape, el único amor digno de los cristianos, se caracterizaría por su benevolencia.
Eros y ágape coincidirían en su naturaleza expansiva, pero eros saca al amante fuera de sí en busca de algo que le falta, mientras que el ágape (la caridad) no obedece a ninguna presión de la naturaleza, sino a una donación libre de uno mismo, como efusión de la propia capacidad de amar.
Tuvimos que esperar la llegada de un Papa serio, es decir, de Benedicto XVI, para que el cristianismo se replanteara este esquema. Me refiero a la formidable encíclica Deus Caritas est, del 25 de diciembre de 2005, donde leemos: "A menudo se ha radicalizado la oposición entre eros y ágape para sostener que lo propiamente cristiano sería el ágape, pero este antagonismo, llevado al extremo conduciría el cristianismo hacia una desvinculación de todas las relaciones vitales fundamentales de la existencia humana". Para plantear esta cuestión filosóficamente, el Papa necesita dialogar con Nietzsche, que había defendido que el cristianismo había dado a beber a eros un veneno que le hizo degenerar en vicio. Benedicto XVI lo hace con elegancia. Ahí es nada: un Papa dialogando con Nietzsche sobre el erotismo. El gesto es enorme. Tan enorme, que creo que a los teólogos cristianos les pasó desapercibido. Pero fue Nietzsche quien dijo también que "amar al hombre por amor a Dios ha sido hasta ahora el sentimiento más aristocrático de los hombres. Amar al hombre sin una escondida intención santificadora es una estupidez y una brutalidad".