En Teotihuacán. "Cuando aún era de noche. Cuando aún no había día. Cuando aún no había luz. Se reunieron. Se convocaron los dioses allá en Teotihuacán" (
Códice matritense). Aunque los de México son unos dioses que me resultan lejanos -mis dioses no se alejan nunca mucho de los olivos- no hubo pirámide que no escaláramos. A primera hora de la mañana éramos casi los únicos curiosos.
Por supuesto, fui siguiendo las huellas de mis espías. Así di con la Zona Rosa, que en los años 50 y 60 fue la zona chic de la ciudad de México. Y lo más chic de lo más chic estaba aquí, en esta esquina, donde había una tienda de modas cuyos escaparates decoraba Carmen Brufau. ¡La de vueltas que estoy dando tras esta mujer! Pero no me pienso dar por vencido.
El Ateneo Español de México. Para mi fue emocionante subir estas escaleras, aun sabiendo que esta es la tercera sede del Ateneo, porque dentro me esperaba Carmen Tagüeña.
Como la vida es así de caprichosa, en el Ateneo me regalaron libros de Juan Antonio Masoliver, vecinísimo de Ocata, varios números de
Transatlántica de Educación que hablan del famoso Colegio Madrid de México y el tomo III de
El tiempo en los brazos, de Tomás Segovia, que estoy disfrutando intensamente, porque Segovia es uno de esos escritores -que son los que yo busco- que escriben para ver claro.
Un corredor de la cárcel de Lecumberri, donde estuvo preso Ramón Mercader. Ahora sus celdas recogen los documentos del Archivo de la Nación.
Pero en tiempos de Ramón recogían -mejor: amontonaban- lo que se ve en la foto. Por cierto me han contado alguna cosa interesante sobre la vida de Ramón Mercader en la cárcel que, si tengo oportunidad de confirmar, os contaré también a vosotros.
Para mi, este claustro es uno de los lugares con más encanto de México. Es de la iglesia de los franciscanos. Se encuentra en la plaza del Tlatelolco y en una de sus celdas...
Los restos de Tlatelolco, con la iglesia al fondo.
Siguiendo el consejo de Javier Herrero, dediqué bastante tiempo a huronear por las librerías de viejo de la calle Donceles, en el centro histórico, cerca del Zócalo. Hay libros para entretenerse durante meses. Trátenme ustedes de cursi, si quieren, pero me parece que cuando uno se compra en una de estas librerías los
Discursos de Castelar, el
Museo de filósofos de José Gaos o
La metafísica de la expresión de Eduardo Nicol, compra libros con un valor sentimental añadido.