Los martes traemos a nuestro nieto Bruno a comer a casa. Nos lo pasamos bien, aunque a veces hay que poner cara seria con algunos platos que no son completamente de su devoción. Hoy, durante la comida, le he contado la historia de Orfeo. Hemos hablado de Tracia, del río Hebros, de las mujeres tracias, de Eurídice y de la entrada al infierno del monte Tenaro y de todo lo demás, añadiéndole que una vez su abuela y yo estuvimos cenando en un merendero en Edirne, en un mirador que daba a la corriente del Hebros y al atardecer nos pareció notar un eco remoto de la música de Orfeo, aunque no descartamos que fuera la música de una fiesta popular que se celebraba en las proximidades y que a veces llegaba hasta nosotros con un golpe de viento. Al día siguiente comenzamos a remontar el curso de otro río Tracio, el Maritsa, en etapas de 25 kilómetros diarios que nos llevaron hasta Shipka.
En los postres hemos escuchado esto:
¿Y saben qué? ¡Me siento orgulloso de mi nieto y de mí mismo por haber estado haciendo deberes mientras comíamos! Nos lo hemos vuelto a pasar bien.