¡Demonios!
Esta mañana, haciendo caso a una sugerencia de su abuela, le he hablado a mi nieto de Huckleberry Finn. He comenzado con una ilusionada imprudencia... que pronto se ha transformado en cargo de conciencia, porque sentía que estaba haciendo algo tan arriesgado que debería contar con el permiso escrito de sus padres para seguir adelante.
El bueno de Huck era uno de los mitos de mi infancia. Yo, de hecho, frecuentemente era él en mis correrías aventureras por el río Ebro. Pero hoy he descubierto que ya no estamos en los años sesenta y que se ha convertido en un niño tan pedagógicamente incorrecto que parece un atentado a nuestras buenas intenciones.
Para comenzar, Mark Twain comete la felonía de tratar a sus lectores como gente respetable. Tanto es así que no necesita ofrecerles un lenguaje parvulario para facilitarles la lectura. ¡Utiliza hasta subordinadas! Además, describe con frecuencia a Huck fumando. Más aún: fumando felizmente en una pipa. Añadamos que lo hace pescador, cazador, independiente, inteligente y -por lo tanto- irónico y que no se corta ni un pelo a la hora de dibujar a un padre borracho o a una beata hipócrita. Su mundo está lleno de posibilidades de aventura y, por lo tanto, de peligros reales, de personas buenas y de personas malas y las malas no nos ofrecen ninguna causa sociológica que atempere su maldad. Hay malos malísimos, de los que asustan y temes que se encuentren acechando por las oscuridades de tu vida real.
En fin... que le he prometido a mi nieto que le leeré Las aventuras de Huckleberry Finn, pero después de que sus padres me lo autoricen por escrito.