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El café de Ocata
En aras de la memoria histórica también conviene recordar que Miguel Hernández fue comisario político de Valentín Gonzáles, El Campesino, lo cual no le resta ni un ápice de valor a su poesía, pero ayuda a completar su figura. Estos son algunos versos del poema que le dedica (y que no pasará a la historia de la lírica española):
Aquí, castigando el campo
con el pie, por las besanas,
entrañable como un surco,
crespo como un Guadarrama,
un hombre abundante de hombre
de un empujón se levanta.
Valentín tiene por nombre,
por boca un golpe de hacha,
por apellido González
y por horizonte España.
Aquí, entre muertos y heridos
y alrededor de las balas,
fieramente se pasea,
castellanamente habla.
Con el aire de sus hombros
la atmósfera se huracana.
Sus labores son de guerra
y de muerte sus campañas.
Ha matado muchas bestias
y quiere acabar la casta.
Su actitud de león,
negro el pelo, roja el alma,
recorre al sol de la pólvora
las anchuras castellanas,
y el corazón, de tan ancho,
se le sale por las mangas.
(...)
Lleva el pecho como un monte,
lleva la boca con rabia,
y una ráfaga de sombra
dando vueltas a su barba.
Miradlo cómo reluce
cuando dice una palabra.
Ante este varón del pueblo,
hasta las piedras más bravas
débiles y sin defensa
se sienten y se desgranan.
La cobardía lo esquiva
y el valor duerme en su casa.
(...)
Con él ganaréis Castilla,
con él ganaréis España
a los de la morería
y a los de la canallada:
con él podremos ganar
toda la tierra del mapa.
Yo he de cantar sus proezas,
yo he de romper mi garganta
en alabanza al pueblo
y al hombre de sus entrañas,
hasta que queden de mí
los restos de una guitarra.
(...)
Ayer te desconocía
en medio de los eriales,
de paso por las encinas,
en el resplandor del aire
y en el resplandor rabioso
de las bombas y los tanques.
Ayer no hacía memoria
de ti, teniente González.
Hoy te conozco y publico
tus ímpetus de oleaje,
tu sencillez de eucalipto,
tu corazón de combate,
digno de ser capitán,
digno de ser comandante.
(...)
Se oyó una voz torrencial,
se alzó un brazo detonante:
eran los de Valentín,
que como tres huracanes
campaba cuando decía:
¡Qué no retroceda nadie!
¡Que la muerte nos encuentre
yendo siempre hacia adelante
o dentro de las trincheras
firmes lo mismo que árboles;
a cada herida más fieros,
más duros a cada ataque,
más grandes a cada asalto
y a cada muerte más grandes!
¡Y al que ofrezca las espaldas
al enemigo, matadle!
La guerra se hermoseaba
al pie de sus ademanes.
Tronaron las baterías
nutridas de tempestades,
y la voz del Campesino
no cesaba de escucharse
ni de iluminarse el humo
de la pólvora salvaje.
(...)
Mujeres que vais al fondo
de la vida a haceros madres:
vuestros abrazos fecundos,
vuestros vientres palpitantes,
hombres de tanto tamaño
sólo merecen poblarles.
Llevan el pueblo en los huesos
y el mediodía en la sangre.