En septiembre 2015 mi amiga B. me aconsejó en París -cerca de la casa en la que había vivido Caridad Mercader-, la lectura de una escritora de la que no había oído hablar hasta aquel momento, una tal Svetlana Alexievich. Quedé tan impresionado con
La fin de l'homme rouge que sólo pude escribir un comentario breve en este Café preguntándome qué demonios habíamos estado entendiendo por libertad. Poco después le dieron el Premio Nobel. La crítica, sorprendida, no sabía qué decir de esta desconocida.
En diciembre del 2015, B. me envió un librito que leí más que de un tirón, de un desgarro,
Le météorologue, de Olivier Rolin. En este caso escribí algo más: "Trata de la pasión y muerte de Alexei Feodosiévich, uno de los primeros meteorólogos de la URSS, un hombre 'cuyo dominio eran las nubes'. Feodosiévich estaba convencido de que el socialismo también se edificaba en el cielo. Fue detenido en enero de 1934, acusado absurdamente de sabotear el desarrollo de la agricultura socialista, por haberla privado de los medios de previsión de las sequías. Lo condenaron al gulag de las Islas Solovetsky, en el mar Blanco, y allí, cada vez que miraba al cielo abierto, sufría ataques de angustia. Políticamente no era ningún héroe; pero como padre, sí. Tenía una hija, Eleonora -llamada así en honor de la hija de Marx-, a la que enviaba los dibujos de las plantas que encontraba en el gulag con la intención de enseñarle los rudimentos de la aritmética y de la geometría. Los lóbulos de las hojas representaban los números elementales, su forma la simetría y la disimetría, etc. El centenar de cartas que le escribió conforman un precioso esbozo de una didáctica de la mirada matemática. "Cada parterre -le dice en una ocasión- contiene algún elemento para la edificación del observador". Mientras su esposa, Bárbara, le hacía creer a la niña que su padre estaba haciendo un largo viaje de exploración, él encontraba tiempo cada día para desplegar ante la mirada de una niña la geometría implícita en cada planta, como si intentara preservar su fe en el orden del mundo. Hasta 1956, año de su rehabilitación post mortem, Bárbara esperó su regreso, pero había sido fusilado en 1937. Poco antes de morir, Eleonora confesó que la regla de su vida había sido siempre juzgarse a sí misma "a través de los ojos de su padre".
Ayer recibí el último regalo de B., esta pequeña joya de luz negra, la biografía de Evguenia Iaroslavskaia-Markon, un auténtico "viaje al fin de la noche" en la Rusia posterior a la revolución soviética. Fue encontrada en 1996 en los archivos de la policía y estas son sus palabras finales: "Ya sabéis todo de mi vida -de la vida de la estudiante revolucionaria, de la estudiante llena de sueños, de la amiga del más grande de los hombres y de los poetas, Alexandre Iaroslavski, de la eterna viajera, de la antirreligiosa itinerante, de la periodista de
Roul, de la vendedora de periódicos, de la ladrona reincidente y de la vagabunda que dice la buena ventura". El manuscrito lleva la fecha del 3 de febrero de 1931.
Poco antes, el 12 de enero, había sido sometida a un interrogatorio, donde se definió de esta manera: "la clase a la que pertenezco, a mi parecer, es la de todos los desclasados, que es tanto la de los criminales comunes como la de los intelectuales asociales, y, por regla general, de todos los que desprecian la opinión pública, la provocan y luchan francamente por afirmar su individualidad." Su sueño quijotesco fue durante un tiempo el de sublevar el mundo de los bajos fondos contra el poder soviético.
El 20 de junio de 1931, a los 29 años de edad, fue ejecutada.
Se había casado con el poeta Alexandre Iaroslavski, que estaba convencido de que con el triunfo de la revolución de octubre se abría el paso científico a la inmortalidad del hombre. En 1928 fue arrestado, condenado y fusilado o, como decía su sentencia, "condenado a la más alta medida de protección de la sociedad".
El poder soviético ya no existe, pero el mundo de los bajos fondos, el del hampa, ladrones, prostitutas y harapientos, sigue en pie, viendo pasar el tiempo.
Pero yo no quería hablar de estos libros, sino de mi amiga B., mi agente provocador literario en París.