Una de las características más singulares de nuestro tiempo es nuestro afán por erigir museos a la vanguardia que, en cierta manera, son museos melancólicos, pues recogen la rápida obsolescencia de la novedad o, si se quiere, el impulso innovador negándose a sí mismo en sus productos, como Cronos devorando a sus hijos. Son, pues, museos al hambre. Lo que nos dice un museo de arte contemporáneo es que todo lo que está allí, está para ser superado. Más aún: cuando lo que está en un museo de arte contemporáneo está para ser relatado, el museo deja de ser de arte contemporáneo. En este sentido, nada más normal que la desorientación que siente el visitante. Un museo de arte contemporáneo es un umbral de salida a algo que no puede, por definición, ser programado: el arte de mañana. Todas las contradicciones de nuestro presente se guardan en un museo de arte contemporáneo. Ahí está su valor: son museos de antropología.
Louis-Sébastien Le Nain de Tillemont (1637-1698) escribió una Histoire des empereurs et des autres princes qui ont régné durant les six premiers siècles de l'Église, dedicando un capítulo al emperador Juliano que titula de esta manera: "La Corte de Juliano se llenó de filósofos y hombres perdidos". Esa conjunción copulativa duele. Pero el dolor se convierte en herida cuando uno se entera de lo que el gran Gibbon dijo sobre este título: "resulta enojoso no poder contradecir su exactitud".