El miércoles pasado estuve en La Gleva, al norte de Vic. Me pidieron que hablase a la promoción de alumnos que acababa la ESO y decidí hacerles un elogio de la negligencia, es decir, de la palabra "negligencia", que es una palabra con muchos recovecos y meandros.
"Negligente" procede del latín "nec-lego". "Lego" significa, entre otras cosas, "leer", así que el negligente es el que no lee. Está relacionado con el griego "logos" y ya se pueden imaginar ustedes el festín. Pero como no se trataba de ponernos sublimes, recordé que también está relacionado con "negligé", que los jóvenes no sabían lo que era, y con lencería (a través del francés "lingerie"). Incluso podría estar relacionado con "religión", si esta palabra proviene de "religens", que es lo opuesto a "nec-ligens". De la religión pasamos a "lección", a "leyenda", a "legión", a "colección", a "elegante", a "inteligencia", a "seleccionar"... hasta que, cansados de etimologías, nos detuvimos en Frontón, que vivió entre el 95 y el 166 y escribió su propio
Elogio de la negligencia.
Para acabar, pusimos la guinda con Paul Lafargue y su
Derecho a la pereza. Les dije que Lafargue, además de revolucionario, era novio de Laura, una de las tres hijas de Karl Marx y que éste, que no quería un perezoso en su familia, por muy revolucionario que fuera, le escribió lo siguiente en una carta: "Antes de establecer definitivamente tu relación con Laura, tengo que disponer de información sobre tu situación económica".
Y llegué a casa con un montón de embutidos a cual más sabroso y la agradabilísima sorpresa de encontrarte con maestros y alumnos que merecen su nombre.