Recuerdo que siendo Ernest Maragall "conseller" de educación, me hablaba un día en su despacho de cómo la introducción de las competencias y de los ordenadores acabaría con los problemas escolares de Cataluña. Cuando le manifesté mi escepticismo él me correspondió con una comprensible mirada de decepción.
Hoy sabemos que la competencia profética de Maragall deja bastante que desear.
Creo, sinceramente, que lo de las competencias fue siempre una mala idea porque lo que sus impulsores les estaban diciendo a los docentes -no sé si siendo conscientes de ello- es que hasta entonces no habían sido suficientemente competentes. Recuerdo la directora de un centro de Cataluña que me confesaba que después de haber trabajado intensamente todo el claustro en introducir la programación por competencias, a la hora de la verdad, se encontraban haciendo lo que ya habían estado haciendo habitualmente.
Esta mala idea inicial se fue haciendo progresivamente peor a medida que las competencias fueron derivando hacia el escolasticismo y los entendidos nos inundaban con listas y más listas de competencias. Hoy hasta se habla de "competencias teóricas". Por cierto, es significativo que se hable más de competencias teóricas que de competencias intelectuales. Sin embargo, para establecer las competencias teóricas, primero se deberían saber qué competencias teóricas nos permiten ser teóricamente competentes. Es mucho más sencillo definir las competencias intelectuales, pero este es un camino que, de seguirse en serio, conducirá hasta el análisis factorial de la inteligencia, que es de donde los iniciadores de la teoría de las competencias querían huir como de la peste.
Los defensores de las competencias no se han caracterizado por incidir en el aspecto utilitarista del conocimiento, cosa que sería legítima, sino por ignorar la reducción severa a la que estaban sometiendo el conocimiento. Las competencias han funcionado en la práctica como una red que no dejaba pasar nada que no fuera competencialmente significativo a partir de una teoría elaborada desde una visión de las competencias, no del conocimiento.
Estoy convencido de que en la escuela actual estamos manteniendo dos agonizantes con vida artificial. Uno es el de las competencias y el otro, el de la innovación educativa.
Comienzan a oírse voces que así lo reconocen.
Las ideas pedagógicas de las últimas décadas han tenido algo en común: han sido más sugerentes cuanto más vaga era su formulación. En el momento en que se han querido concretar para llevarlas a las aulas, inevitablemente han derivado en escolasticismo y casuística.
Por otra parte la evaluación de las competencias sólo esta en condiciones de evaluar la manifestación escolar de la competencia de un alumno.
Dicho lo anterior, añado que hay escuelas que trabajan tan en serio las competencias del siglo XXI que se toman muy a pecho la ampliación rigurosa del vocabulario de sus alumnos.