Llevo años insistiendo en la importancia de la "errorología", es decir, del estudio de la lógica del error que subyace a la respuesta supuestamente errónea del alumno. No me parece que un profesional de la instrucción deba limitarse a decir si el alumno ha actuado de acuerdo con lo que él -el profesional- esperaba, sino que debe llevar a cabo un análisis de lo que el alumno espera de sí mismo. No puede -no debe- contentarse con poner un bien o un mal, porque se supone que está ahí para ayudar a mejorar. ¿O no? Mi hipótesis es que el alumno suele dar la respuesta correcta a la pregunta que se hace él mismo.
La estructura superficial de un problema no siempre admite una comprensión unívoca de su estructura profunda. Este ejercicio nos está diciendo algo sobre la comprensión del concepto "contrario" por parte del niño (también nos está diciendo algo sobre la comprensión que tiene el profesor de las normas de acentuación, pero este es otro tema).
Aquí la "solución" puede interpretarse de varias maneras, según se entienda como la solución al problema matemático o al problema práctico que suponen esos caracoles exploradores.
En este caso al profesor le parece evidente que la expresión "los siguientes números" sólo se puede entender de una manera. Pero el alumno ha puesto en cuestión esa evidencia al entender que debe escribir los números que siguen a cada uno de los de la lista. Si el profesor se limita a tachar la respuesta, está diciéndole al alumno que su lógica es errónea sin explicarle por qué. ¿Pero es, de verdad, errónea? ¿Es que al diez no le sigue el once?
En la
Ratio studiorum de los jesuitas (de 1599) se hablaba de la "felix culpa", el error afortunado. Lo que los jesuitas les decían a sus alumnos venía a ser lo siguiente: "Eres afortunado de equivocarte en la escuela, porque podrás analizar y comprender tu error. Aquí no es grave equivocarse, lo grave es no aprender."
Añado algo más: la atención a la lógica del error del alumno nos permite ir afinando nuestro propio lenguaje docente.