Viaje a Madrid. Frío navideño, que es lo corresponde en esta época del año, y cordialidad, que es lo habitual en esta ciudad.
En la Librería el 7 (Moratín 30) me topé con dos libros.
El primero, Lo que siento y lo que pienso, no lo compré por el autor, que no conocía, sino por el prologuista, el buen Zozaya. Su lectura me confirma la idea de que hay que buscar entre los abuelos las palabras que necesitamos para explicarnos a nosotros mismos lo que nos pasa.
El segundo es este otro, más conocido, de Federico M. Alcázar:
- ¿Le gusta a usted Alcázar? -me pregunta el librero, un hombre simpático, pero que se queja de que ahora la juventud no conoce a nadie, porque no lee.- Sí, un poco...- Tiene un libro muy bueno sobre tauromaquia.- Tauromaquia moderna.- O sea, que lo conoce.
Federico M. Alcázar tenía la peculiaridad de ser a un tiempo filósofo (escribió unas Observaciones sobre el origen de la filosofía racionalista y su ilusión era ser profesor de filosofía en un instituto), pedagogo (fue maestro -confiesa- "en varios pueblos de las riberas del Júcar y de la vertiente sur de la sierra del Segura" y autor de El problema de la educación), crítico taurino (Sánchez Mejías. El torero y el hombre; Tauromaquia moderna; Toro, torero y afición...)...
Salí dejando en los estantes el "Curso de filosofía" de Juan Zaragüeta. Pero ya me tengo domado y me pongo un tope de gasto cada vez que entro en una librería de viejo. Sin embargo el abandono de un filósofo al que ya nadie recuerda, me producía una cierta mala conciencia. Para compensar la deslealtad de la renuncia, el destino ha querido que al llegar a casa me haya encontrado con un regalo que me han enviado de lejos:
¡Qué bien que las cosas encajen!
Posiblemente eso que llamamos felicidad consiste en esto, en la experiencia de que las cosas encajan y que nada (o casi nada) sobra, ni nada (o casi nada) falta.
Añado mi última colaboración en El Subjetivo: Teoría del soberano