Ando dedicando este día de San Esteban a la lectura del que me parece un magnífico libro, la Vida de Torres Villarroel.
En sus páginas me acabo de encontrar con esta tajante afirmación del autor: "Yo me conozco, que estoy dentro de mí".
¿Pero es tan obvio que nos conozcamos por creer que estamos dentro de nosotros? ¿Estamos realmente dentro de nosotros? ¿No hay unas cuantas instancias oscuras en nuestro interior que nos tienen vedada la entrada?
¿Hay un dentro en nosotros que se manifieste autónomamente, en ausencia total de algo externo que lo convoque?
¿No somos el encuentro de lo que llevamos dentro con lo que llevamos fuera, con nuestra circunstancia, que diría Ortega?
Con frecuencia se olvida que lo importante del famoso "yo soy yo y mi circunstancia" es la "y". Por eso añade Ortega que si no salvamos a nuestra circunstancia no nos salvamos a nosotros.
¿Pero acaso podemos salvar nuestra circunstancia? ¿No es esta una empresa desmedida?
A veces me veo como un recipiente de latón lleno de abolladuras. Lo de adentro es sólo lo que no es de afuera. A veces es sólo aire, un vacío. Otras veces reúne los guisos más extraños, etc. Lo que conozco de verdad de mí son mis límites y estos se han hecho manifiestos limitando.
Una idea me entretiene estos días: por razones narrativas tendemos a imaginarnos la vida como una punta de flecha que se adentra en el futuro marcando una trayectoria. Así se escriben las biografías, como una narración lineal. Pero me resulta más creíble la imagen vital de un frente amplio, de un ejército invadiendo un enorme país extranjero de orografía y clima muy heterogéneo. Somos la vanguardia y la retaguardia pero, a su vez, la vanguardia es sólo una parte de la linea de avance. En algunos sitios parece precipitarse hacia el futuro, pero tarde o temprano algún impedimento la retiene, mientras que aquella parte que parecía rezagada adelanta y en poco tiempo se pone en cabeza. Esta imagen me permite ver qué pocas son las fortalezas que conquistamos y hacemos nuestras. Avanzamos, es cierto, pero irregularmente, y dejando demasiadas fortalezas sin conquistar o a medio conquistar a nuestras espaldas. Por eso tarde o temprano -quizás en una Nochebuena- nos llegan noticias del pasado, que se nos subleva y la retaguardia se nos convierte en vanguardia lastrada.