Cuando abro la puerta de casa tengo a la izquierda una pequeña terraza y a la derecha unas escaleras que descienden hasta la puerta metálica que da a la calle. Serían las 11 de la mañana cuando estaba bajando estas escaleras y de repente me ha caído un paquete del cielo. Menos mal que no me ha dado. Lo he abierto y contenía el último libro de Steven Pinker, En defensa de la Ilustración. Estaba intentando resolver mi perplejidad cuando me ha sonado el teléfono. Un empleado de una agencia de transporte me ha informado que había llamado al timbre de mi casa y al no contestarle nadie, había decidido tirar el libro por encima de la puerta de la calle.
La Ilustración en el fondo es esto: dado que con frecuencia vienen a nuestro encuentro las respuestas que resuelven nuestras perplejidades, ha de haber respuestas para todas nuestras perplejidades. O sea, el desencanto del mundo.
A mi Pinker me parece un tipo simpático que utiliza con gran agilidad los arguments que le convienen, que vienen a ser todos aquellos que apoyan su fe en que la verdad nos hará libres, que es, por cierto, una fe evangélica, de la misma manera que la probidad intelectual es una fe bíblica. Fue Heidegger quien, en Davos, le dirigió a esta fe la pregunta para la que aún no tiene respuesta (se la dirigió al ilustrado Cassirer, pero ustedes ya me entienden): ¿Y por qué la verdad ha de ser consoladora?
Los que hemos leído a Strauss sabemos que eso de la iLustración se dice de varias maneras y que a la Ilustración de Spinoza se le puede oponer la Ilustración de Maimónides. Si le hacemos caso, no tardamos en descubrir que Maimónides sabe todo lo que sabe Spinoza y un poco más. Este poco más tiene que ver con la función política de la verdad.
Bueno, que agradezco mucho a la editorial Paidós que me haya hecho llegar este libro, del que ya me he leído los tres primeros capítulos y el apartado -lamentablemente no muy bien informado- que dedica al "Efecto Flynn". Gracias sinceras, pero yo soy más de Strauss que de Pinker.