Jueves 20 6:58. Hotel María Cristina. Ciudad de México.
Un día intenso, el de ayer. Tras el desayuno en la Hacienda Galindo, me han traído a la Ciudad de México. Y como, por mucho que sueñe con aventuras inéditas, soy un animal de hábitos, he vuelto a lo seguro, al Hotel María Cristina, que conozco bien, y desde el cual, tengo referencias precisas en el horizonte que me permiten orientarme por las colonias cercanas.
A las 2.30 toca pulquería.
Desde que tuve conocimiento de Gorgonio Esparza, el matón de Aguascalientes, una destartalada versión de ser humano que se reunía con sus amigos, el Bigotes y el Pataseca, en la pulquería “El hombre libre”, he estado intrigado por las pulquerías…
En una ocasión, a Gorgonio y a sus amigos les dio por competir en bestialidad y como ninguno admitía ser más humano que el resto, para dirimir la cuestión apagaron las luces de El hombre libre y se liaron a navajazos. El escritor Antonio Acevedo Escobedo, que versificó con irónica mala uva lo sucedido, cuenta que en medio de la trifulca, Gorgonio le pidió a Pataseca: “Ora, recoja sus tripas, porque ya me tropecé”, a lo que éste, con el mismo tono educado, contestó: “Válgame mi mala mata, ya no me levantaré”.
Gorgonio acabó preso, pero no por esto, sino porque se encontró una mujer muerta en el pozo de su huerta a la que le había abierto la cabeza con una piedra al descubrirla riéndose con otro hombre. La prisión de Aguascalientes, donde lo recluyeron, no tenía ni celdas, ni grillos, ni guardias, ni paredes. Cuando el carcelero recibía un nuevo inquilino, trazaba en el suelo una línea con la punta de un cuchillo y exigía al preso que diera su palabra de que no la rebasaría. Y eso era todo. Gorgonio no tardó en matar a su compañero de celda, asegurando que le había faltado el respeto, y fue condenado a muerte. Su abogado defensor le aconsejó que matara a otro preso para postergar la ejecución, ya que legalmente el nuevo juicio sería prioritario. Este proceder podría haberse repetido indefinidamente de no ser porque, mientras declaraba ante el juez, estalló la revolución y Gorgonio aprovechó la ocasión para arrearle un puñetazo a Su Señoría y volver a su casa. Pero en lugar de hallar la paz que buscaba, descubrió que no le quedaba ningún familiar vivo. Echó cuentas y los había matado a todos. Dicen que se puso en la boca un cartucho de dinamita que destacaba como un gran puro sobre su barba con forma de río y encendió la mecha. Y así murió Gorgonio, el Matón de Aguascalientes.
México no está hecho para racionalizarlo, sino para vivirlo.
Me contaron que en la calle Juan Manuel, que hoy es una prolongación de la Venustiano Carranza, vivía un ricachón que salía cada noche a pedir la hora a un transeúnte elegido al azar y cuando éste se la decía, le contestaba: “¡Dichoso tú, que conoces la hora de tu muerte!”
Mi querido amigo, el abogado Eduardo Ceniceros, hijo del abogado defensor de Ramón Mercader, se ha ofrecido, por fin, a acompañarme a la pulquería (o pulcata) “Las Duelistas”, en la caótica calle Aranda, junto al ayuntamiento, en el centro histórico, que resulta ser una de las más antiguas del país. Me ha puesto, eso sí, dos condiciones: que no se me ocurra ir elegante y que nos acompañen, como guardaespaldas, por si acaso, su hijo y su yerno. Por supuesto, he accedido inmediatamente.
La experiencia no me ha defraudado, aunque no me haya encontrado exactamente con lo esperado… ¡Qué sé yo! Un antro con el suelo de serrín húmedo y penumbras, borrachos desahuciados, navajas insinuadas en la cintura, trapicheos y miradas de soslayo. Ciertamente la entrada intimidaba un poco, pero el interior no era desagradable, a pesar de estar repleto y de que las mesas chocaban unas con otras. El ambiente era de camaradería. Un mural cubría paredes y techo con motivos aztecas, en una sucesión vertiginosa de imágenes que pesaban más que la presencia de los clientes. Parece que, en contra de lo que me dijo el conductor que me llevó a la Hacienda Galindo, los jóvenes vuelven a las pulquerías y que incluso hay una apropiación generacional de las mismas en la que los Gorgonios están siendo sustituidos por universitarios locuaces. He probado –más de lo conveniente- el pulque, bebida de los dioses, que fue la preferida de la aristocracia azteca: el de avena y el de tomate (este último, picante), pero creo haberme mantenido sereno todo el tiempo. Después hemos ido a comer a la cantina La Ópera, en el cruce de la Avenida 5 de mayo y Filomeno Mata, un lugar denso de historias, que conserva como un documento histórico, el agujero que dejó en el techo un balazo de Pancho Villa. Eduardo había reservado mesa justo debajo de tan insigne huella de la revolución. Inevitablemente, hemos comenzado con tequila.
Les he contado la historia del anarquista Mariano Sánchez Añón, nacido en 1909 en Mas de las Matas, Teruel. Frente amplia, perfil griego, mirada intimidante. Murió en la Cervecería Modelo, donde había intentado inútilmente refugiarse de la policía, que lo perseguía tras un asalto. Viéndose rodeado y sin salida, se pegó un tiro. Su compañera, también anarquista y española, gritaba a su lado: “¡Así! ¡Así mueren los hombres!” Se llamaba Armonía del Vivir Pensando. Recientemente un grupo de anarquistas mexicanos ha fundado la “Célula Insurreccional Mariano Sánchez Añón”, que se estrenó asesinando a sangre fría a un policía de tráfico. Así creen algunos que se hace la revolución.
Tras la comida, decidí volver andando al hotel, prometiéndole a Eduardo que le enviaría un mensaje en cuanto llegase. Necesitaba un poco de ejercicio. También hubiera necesitado un poco de aire libre, peor de eso no hay en la Ciudad de México. Antes de meterme en la cama visité a Larrea, que me proporcionó lo que al principio tomé por un buen resumen del día: “Uno no es más que un balón, recibe patadas de un lado y de otro hasta que alguien un día grita gol.” Pero, tras darle vueltas al aforismo, pensé que no, que no me convencía, y sin saber muy bien por qué no me convencía, me dormí.