Regresé ayer de un largo e inolvidable viaje por tierras castellanas. ¡Qué lujo volverse a encontrar con esos paisajes de tan singular belleza, con las piedras con alma de sus edificios históricos, con la amistad recobrada! Y, sobre todo, ¡qué lujo volver a enhebrar el lazo de la amistad con personas que, con el primer saludo, vienen a ocupar en tu vida ese lugar reservado para la amistad que nos protege de la intemperie.
Ya les tengo informados a ustedes que, desde hace algún tiempo, me guía por las catedrales y museos la esperanza de reencontrarme con Nuestra Señora de la Lectura Lenta. Y Ella siempre aparece, en un lugar otro, con alguna sorpresa iconográfica bajo el brazo, y siempre recordando lo fundamental: en la lectura el Logos se hace carne.
Santa María de la Sede. Siglo XIV. Catedral vieja de Salamanca. En lugar de leer, la Virgen nos muestra un libro abierto, invitándonos a la lectura.
Anunciación, 1535-40. Universidad de Salamanca. ¿Cómo no imaginarse a Fray Luis arrodillado ante esta imagen?
Santa Ana, enseñando a leer a la Virgen. El visitante atento se la encuentra en el trascoro de la catedral nueva de Salamanca, junto a la puerta por la que acceden al recinto.
Salamanca es un refugio de la "gran conversación". Es imposible pasear por sus calles sin escuchar las voces de los gigantes que dieron renombre universal a su universidad y elevación a nuestras letras. Yo oí, muy clara, la voz de mi compatriota Martín de Azpilicueta, que me hizo de introductor al diálogo que mantenían las otras voces.
Es Salamanca di una charla a un grupo de profesores de la provincia, acompañé en sus paseos a Suárez, Vitoria, Mariana... Fray Luis, Unamuno... y dediqué una mañana al Archivo de la Guerra Civil, a donde acudí en busca de algunos datos sobre Carmen Brufau. No fue mucho lo que hallé, pero he aprendido a no despreciar ningún detalle de una investigación biográfica. Nunca se sabe si esa información que hoy parece una minucia, mañana servirá de puente que dará sentido a dos datos que ahora están aislados o te permitirá reabrir una pista que abandonaste por parecerte estéril.
Entre los recuerdos inolvidables, un paseo por el Tormes...
el silencio del claustro de Las Dueñas...
el descubrimiento de la catedral de Ciudad Rodrigo.
Tras Salamanca, Madrid, donde me esperaban tres colegios muy distintos, pero, curiosamente, en cada uno de ellos me encontré con alguien que había tenido una relación personal con Rémi Brague. Normalmente los que me reciben creen que voy para enseñar cosas. Están muy equivocados: voy para aprender. Y en esta ocasión aprendí mucho. He vuelto con las maletas llenas.
En casa me esperaban las nubes de Ocata, siempre familiares y siempre nuevas, y tres libros viejos que la cartera del barrio ha dejado en mi ausencia en el Petit Cafè de la Plaza de Ocata. Los he devorado los tres. Les regalo tres citas:
La primera, de
Que nada se sabe (1581), del gran Francisco Sánchez, que debiera haber sido nuestro Descartes: "Lo que se enseña no tiene más virtud que la que recibe de quien la enseña."
La segunda,
La superstición pedagógica (1910) de Julián Ribera: "Nación o persona que llega al extremo de caer en manos de pedagogos, se vuelve incapaz de reacción vital; se ha convertido en un callejón sin salida."
La tercera, de
El crimen perfecto (1922), de Pedro Pidal: "Aquel socialista que escribía todos los días en la Aurora Social de Francia: 'Hay que repartir todos los bienes', habiendo heredado 10.000 francos, escribió al día siguiente: 'Hay que repartir todos los bienes de 10.000 francos para arriba."