Traigo al Café de Ocata en varios apuntes (que no serán menos de 5) el texto de mi discurso en la inauguración de III Congreso Internacional sobre Innovación Educativa en Filosofía, que ha tenido lugar esta mañana (23 de enero) en el salón de grados de la Facultad de filosofía de la Universidad de Barcelona..
Un doble propósito me guía en esta conferencia. Quiero decir algo relevante sobre la didáctica de la filosofía y, a la par, mostrar alguna cosa sobre la misma. Con respecto a lo que quiero decir, baste por ahora con señalar que hablaré de vacas. Lo que quiero mostrar puede decirse, en este momento, a medias: que toda clase o conferencia debe tener un principio y un final didáctico o, si lo prefieren, retórico. La didáctica de la filosofía es la parte de la filosofía que habla de Platón con los recursos de los sofistas. Intentaré responder así a la invitación, que agradezco mucho, y al objetivo que el Congreso se ha propuesto: “facilitar un espacio de intercambio de experiencias sobre la docencia de la filosofía que permita una puesta al día de los recursos metodológicos.”
Ya saben ustedes que a los que trasteamos con la filosofía nos corresponde meternos donde no nos llaman. Voy a ejercer este derecho atreviéndome a poner en cuestión esta “puesta al día,” porque, quizás, lo que haya que poner al día es este empecinado eslogan de ponerse al día.
La novolatría, que es el principal culto del presente, ha conseguido imponerse gracias a una resituación axiológica de lo nuevo, lo posible y lo tecnológico.
1. Lo nuevo se ha convertido en un valor (especialmente en su avatar “innovador”) que ha ido asumiendo el papel que venía cumpliendo lo bueno, de tal forma que, si lo hodierno hacía referencia a una situación cronológica, lo moderno hace referencia a una situación axiológica. Por eso nadie se enfada si le dices que está equivocado, pero hay que evitar decirle que pudiera estar anticuado. Tras la carga axiológica de lo nuevo, nada que se presente como tal necesita justificar su valor. El precio a pagar por este vivir sin aliento, es la obsolescencia de máquinas, profetas y profecías. ¿Quién se acuerda hoy del gran gurú de la primera década del siglo XXI, Negroponte, que aseguraba, en el 2010, que al libro de papel no le quedaban 5 años de vida y que el ordenador es la única manera de proporcionar a los alumnos las competencias del siglo XXI? ¿Qué ha sido de la tesis que hacía equivalentes la sociedad de la información y la sociedad del conocimiento? ¿Quién se atreve a defender hoy incondicionalmente que las redes sociales son un instrumento liberador de la humanidad?
2. Lo posible ha colonizado nuestra imaginación hasta el punto de que lo que podríamos llamar el umbral de la inminencia se ha convertido en nuestro ecosistema. Pero lo posible (y su principal avatar, lo virtual) presenta una peculiaridad muy notable: tira en dirección opuesta a lo real. Por eso mismo el incremento de lo posible no puede ir sino en detrimento de lo real. O, si lo prefieren: para que crezca el valor de lo posible, ha de menguar el valor de lo real.
3. Heidegger nos advirtió de que el emplazamiento fundamental de la modernidad (de lo hodierno) es el técnico. Pero no es técnico porque haya tecnología, sino que hay tecnología porque la época es ‘técnica’. La técnica es el modo ya decidido de interpretación del mundo. Por eso la técnica (y su avatar: las nuevas tecnologías) sólo es dominada allí donde, entrando previamente en ella y sin reservas, se le dice un sí incondicionado. Vivimos en la sumisión metafísica a la técnica. La técnica no es un campo ideológicamente neutral, pero frecuentemente se vive como tal, intentando encontrar en ella lo que la política ya no ofrece: consensos educativos.
Si esta caracterización de la novolatría es correcta, la puesta al día de la didáctica de la filosofía no puede ser sino polémica, pues previamente ha de aclarar con qué ídolos de la tribu hemos de vérnoslas. Y entre ellos destaca de forma preeminente el ídolo de las “competencias del siglo XXI”.
La competencia, como la virtud (de la que es heredera sin saberlo) es la realización excelente de una función, por eso es más difícil definir la virtud que mostrar al virtuoso. Suponer que ya sabemos qué hará el virtuoso del futuro en los diversos campos de actividad podría ser sólo ingenuo, pero tal como se ha instalado en el discurso pedagógico, es un motivo de lamentables confusiones que permiten a algunos creer que se puede ser competente a priori.
Les aconsejo, si quieren divertirse, que busquen las fuentes que han servido al World Economic Forum para establecer estas competencias. Cuando recientemente este mismo Fórum ha anunciado que las competencias en declive son, entre otras, la memoria, la lectoescritura, las matemáticas y la escucha activa, nos deja en una magnífica posición para contestarle: ¿Y a mí, qué? ¿Me va a decir a mí el WEF que no puedo hacerme monje cartujo, que no puedo dedicar mi vida a la cerámica griega o que mi objetivo no puede ser estudiar copto para interpretar adecuadamente la biblioteca de Naj Hamadi?
(obviamente, continuará)