En conclusión:
1. La filosofía no puede estar al servicio de las supuestas competencias del siglo XXI. En todo caso lo que habrá que preguntarse es si las competencias filosóficas continúan siendo relevantes en el siglo XXI.
2. O bien abrimos conceptualmente el significado de lo competencial, para incluir la competencia teórica, lo cual, probablemente, sería un contrasentido, o le negamos el espacio escolar a la filosofía. Precisamente porque el pensar filosófico no tiene necesidad de “obrar” o de ser “útil” somos responsables de nuestra propia libertad intelectual. Si aplicamos estrictamente la doctrina de las competencias, estamos diciendo que el conocimiento, en lugar de formar parte de los fines de la vida, sólo es un medio.
3. Añado que un énfasis obsesivo en las competencias priva a las mismas competencias de su razón de ser, pues el conocimiento, para merecer este nombre nos ha de proporcionar algún tipo de satisfacción intelectual. Negar a nuestros alumnos esta satisfacción es reducirlos.
¿Cuáles podrían ser las competencias de la filosofía? La pregunta merece otro congreso, pero me voy a permitir sugerir algunas que me parece que suscitarán un amplio consenso:
1. El diálogo. Es, indudablemente una competencia filosófica, pero siempre y cuando tengamos presente que lo mejor que nos puede proporcionar un diálogo honesto es la conciencia clara de las diferencias que se han puesto de manifiesto. El diálogo puede interiorizarse cuando está inacabado.
2. La sinopsis. “Ho synoptikós dialektikós”, leemos en Rep. 537 c. El ejercicio de llevar hasta la unidad lo múltiple y de escindir lo uno en la pluralidad de suos componentes, es el nervio de la filosofía. Donde no hay un esfuerzo por ordenar jerárquicamente los valores, no hay filosofía. Pero la syn-opsis es impracticable sin competencia lingüística. Y aquí es donde más nos duele. Recuerden que lo primero que pregunta Sócrates ante el esclavo de Menón es si es griego y sabe el griego.
3. La horístika. Precisamente porque nos movemos siempre entre la dualidad y la unidad, la filosofía es horística. Jenócrates, en su “Perì phrônéseôs” la definía como “la facultad de ‘horistikên kaì theôrêtikên tôn óntôn”, es decir, como la capacidad de delimitar y teorizar la realidad.
4. La enkrateia. Desde Sócrates sabemos que no se puede filosofar sin un cierto dominio de uno mismo, sin “enkrateia”. Las diferentes escuelas helenísticas no son sino diferentes respuestas al problema de la enkrateia o, si lo prefieren, diferentes propuestas de educación emocional.
5. La meditación del argumento. La didáctica de la filosofía no tiene nada que ver con el fomento de la impaciencia de la opinión. Debemos tener cuidado a la hora de animar incondicionalmente a nuestros alumnos a ser desacomplejados, a expresarse libremente, a no tener miedo al fracaso, a ser optimistas… porque después nos llevamos las manos a la cabeza al comprobar con qué facilidad blindan sus opiniones más peregrinas tras la falacia de “es mi opinión”. Razonar es difícil y razonar bien, aún lo es más. Un buen razonamiento, consistente y original, es tan valioso como un cuarteto de cuerda de Beethoven. Ambas cosas hay que aprender a reconocerlas antes de ponerse a practicarlas.
6. El pensamiento filosófico. Todas las disciplinas y todos los profesores ayudan a pensar, pero la filosofía ayuda a pensar de una manera específica. Cuando en filosofía hablamos de aprender a pensar entendemos que se trata de aprender a pensar a la manera de los grandes pensadores y para ello hay que aprender a pensar con ellos. Pero no podemos aprender a pensar con ellos si antes no hemos aprendido a dominar el arte de la lectura lenta.
Y, al fin, ha llegado el momento de hablar de las vacas.
No deja de ser curioso que la filosofía, que es un saber fundamentalmente conceptual, haya recurrido con frecuencia a ejemplos de animales para aclarar sus conceptos. Esto presenta una serie de problemas filosóficos interesantes sobre los que no entraré. Lo que me interesa, aquí y ahora, es el ejemplo de la vaca.
Ramon Llull parece ser el primero que, tanto en el Llibre de meravelles como en L’arbre dels exemples de la ciència, muestra el rumiar vacuno como modelo de actividad filosófica, porque permite digerir bien lo que creemos saber.
Más tarde, Baltasar Gracián, en El Criticón, siguiendo a Llull, insiste en que la superioridad más notable de los animales sobre el hombre es “aquella del rumiar que en alguno de los brutos se admira y no se imita”, porque es gran cosa “volver a repasar segunda vez lo que la primera a medio mascar se tragó, aquel desmenuzar de espacio lo que se tragó aprisa.”
En mi opinión Shopenhauer hereda esta imagen de Gracián cuando asegura que sólo rumiando se asimila lo que se ha leído, y toma cuerpo y raíz en la mente.
Nietzsche, a su vez, siguiendo a Schopenhauer [por cierto no sé si saben ustedes aquel chiste que asegura que el inglés es tan difícil que se escribe Shakespeare y se pronuncia Schopenhauer: si no lo saben, no importa, pero si no son una miaja irónicos en sus clases… eso sí que importa]. A lo que iba: Nietzsche repite en diferentes lugares de su obra que para leer bien hay que saber rumiar como una vaca. Zaratustra defiende incluso que hasta que no nos comportemos como las vacas “no entraremos en el reino del cielo.” En el hermoso prólogo de Aurora, Nietzsche se presenta a sí mismo como un maestro en lectura lenta, que es la lectura rumiante.
Deleuze, siguiendo esta estela, comenzó el curso de 1983-84 diciendo a sus alumnos: “Quisiera hacer filosofía a la manera de las vacas. Rumiando”.
Fíjense ustedes lo que puede dar de sí una humilde vaca. Con razón dijo alguna vez en esta casa Jordi Sales que las vacas también tiene derecho a ser usadas como ejemplo.
Pero esto no acaba aquí.
Daisetsu Teitaro Suzuki, uno de los más grandes divulgadores del pensamiento zen, propone diez pasos para educar la atención. Dado que estoy convencido de que la atención es el nuevo C.I. Esto me interesó vivamente.
Los diez pasos se muestran en diez ilustraciones con gran cantidad de detalles que aquí nos ahorraremos. Ahora bien, aunque les he dicho que ni bailaríamos ni llenaríamos las paredes de post-its, no puedo evitar recurrir al psicodrama, así que, por favor, concéntrese y síganme en mi meditación.
1. Estoy perdido en el bosque, desorientado. Debo buscar mi vaca perdida.2. Encuentro sus huellas. Las seguiré por muy lejos que me lleven.3. Doy con la vaca.4. La vaca no se deja gobernar, se resiste.5. Utilizo el látigo para dominarla, pero sé que si la trato bien se tornará dócil y me seguirá de buen grado sin necesidad de forzarla.6. Me monto en la vaca y vuelvo hacia mi casa.7. Llegamos a casa, bajo un techo de paja dormimos la vaca y yo.8. Las llamas del hogar. Todo está en su sitio. 9. Me sumerjo en el instante. Observo el agua que fluye y que nadie sabe a dónde va.10. Voy al mercado con el pecho y los pies desnudos, embadurnado de barro y cenizas. No es necesario el poder milagroso de los dioses, basta con su contacto para que los árboles muertos florezcan.
¿Y ahora qué?
Ahora, amigos, olvídense ustedes de la vaca y pónganse a trabajar en serio, que para esto han venido a este congreso. Recuerden siempre que hay una herramienta insustituible en la didáctica de la filosofía que, aunque no sea especialmente innovadora, es muy competencial. Me refiero a los codos.
Está muy bien hablar de vacas para ganarse puntualmente la atención de un grupo, pero lo importante no es hablar de vacas, sino aprender a rumiar y ésta, posiblemente, sea la gran competencia filosófica.
Muchas gracias.