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El café de Ocata
El 13 de febrero de 1837, lunes de Carnaval, se suicidó Larra en su habitación del número 3 de la calle de Santa Clara. La causa inmediata fue el "amor mal pagado" -como se decía entonces- de Dolores Armijo. Pero Larra llevaba en su alma un mar de fondo desde hacía tiempo. Poseía una inteligencia inexorable que no le permitía el recurso del cinismo ante las tramoyas del mundo y el peso creciente de la irrealidad y nunca quiso buscar refugio en la fe.
Su cadáver se expuso en la iglesia de Santiago. Llevaba levita, corbatín alto y pantalón negro. Dicen que su rostro irradiaba una inquietante serenidad. El cortejo fúnebre enfiló hacia el cementerio General del Norte siguiendo la calle Mayor, Puerta del Sol, Montera y Fuencarral. Por la mañana había llovido mucho y la tarde había quedado encapotada y gris, con un cielo tan bajo que parecía accesible, a pesar del viento helado que venía del Guadarrama.
Antes de introducir el ataúd en el nicho, Mariano Roca de Togores dijo unas palabras "en loor del desdichado suicida."
Cuando el albañil terminó de completar su trabajo, leyeron poemas muy sentidos Gertrudis Gómez de Avellaneda y Antonio García Gutierrez, a los que se unió, de forma inesperada, un joven desconocido, escuálido, de rostro enfermizo, melena abundante, figura desmedrada y levitón raído, que, avanzando con paso firme, se detuvo ante los asistentes y comenzó a leer unos papeles que llevaba en la mano:
"¡Ese vago clamor que rasga el vientoes el son funeral de una campana!Vano remedo del postrer lamentode un cadáver sombrío y macilentoque en sucio polvo dormirá mañana."
Fue tal el entusiasmo provocado por estos primeros versos, que García Gutiérrez le arrebató al joven nervioso los papeles y siguió leyéndolos él.
Así se presentó Zorrilla ante el mundo de las letras.
Sin embargo... -¡siempre ha de haber un sin embargo que reconozca a la trivialidad sus derechos de propiedad sobre el mundo!- Zorrilla, recordando más tarde aquel entierro, escribirá estos versos hermosos y lamentables: “Nací como una planta corrompidaal borde de la tumba de un malvadoy mi primer cantar fue a un suicida.¡Augurio fue, por Dios, bien desdichado!...”
En su libro Recuerdos del tiempo viejo, le retiró a Larra el calificativo de malvado, quizás intentando librarse él mismo del peso de este exabrupto..