Ayer participé en una magnífica comida en un magnífico restaurante de Puebla con una magnífica compañía. Estaba presente el Nuncio apostólico. No entendí nada de lo que se habló. Estaba sumido en uno de mis episodios de acúfenos y más sordo que un tapial. Así que me limitaba a decir que sí a todo. A veces, cuando veo las caras con las que aquellos que pretenden ser mis interlocutores reaccionan a mis síes, me pregunto qué demonios me habrán preguntado.