Astorga tiene una catedral magnífica, cincelada con la dorada piedra maragata, que refleja con tanto cariño la luz que recibe del cielo. No le hace ningún favor la proximidad de una mona de Pascua que lleva la firma de Gaudí, prueba de que también los genios pueden rendirse incondicionalmente a sus días más cursis, pero intenta permanecer impasible ante esta influencia. Lo primero que me retuvo fue la entrada, y en ella, a la derecha, esta imagen que me persigue desde hace tiempo pero que por primera vez veía esculpida:
Hace pocos días, el Jueves Santo, aparecía en El Subjetivo un artículo mío dedicado a esta escena: El logos inaudito
Al reencontrarme con ella, me alegré, de nuevo, del don gratito del azar amigo, que es el mejor compañero de ruta.