I Las primeras horas de estos días de verano son una delicia. El sol, en su ascenso, prolonga las sombras y los volúmenes de las cosas, que van, lentamente, empapándose de una luz amable, de bienvenida. Revolotean las golodrinas nerviosas, como si tuvieran prisa por recorrer todos los caminos del aire y el silencio se va poblando poco a poco de sonidos. A veces me quedo mirando al cielo, de un azul desvaído, perezoso, y paso un buen rato embobado, sin hacer nada, asistiendo al desperar del mundo.
IILa experiencia cotidiana me lo vuelve a muestrar: Todo lo que podemos pedirle honestamente a un diálogo no es un acuerdo, sino una clarificación de las diferencias. Si es así, al acabar de dialogar nos hemos hecho con una represnetación más nítida de nuestras propias posiciones, con sus puntos fuertes y sus puntos flacos.
IIICada tiempo venera sus prejuicios, que tiene por modelos de pensamiento libre y crítico. ¡Pobre del que se atreva a ponerlos en cuestión!