IFui durante un tiempo largo devorador de beatniks. Comencé a leerlos en Pamplona a finales de los 70 -llegaron con el aire nuevo de la Transición- y mantuve mi devoción tan firme que cuando viajé a San Francisco, lo primero que hice fue visitar la City Lights, para rendir tributo de admiración a las sombras de Kerouak, Corso y Ferlinguetti. Ahora todo aquello me queda muy lejos. Mucho más lejos de lo que pensaba. Lo acabo de comprobar leyendo
La pesca de la trucha en América.
IIRichard Brautigan nació en Tacoma, Estados Unidos, el 30 de enero de 1935. Su padre no quiso reconocerlo y su madre lo abandonó con 8 años en la habitación de un hotel. Anduvo intentando mantenerse vivo, pasando más penas que alegrías. En una ocasión tenía tanta hambre que decidió lanzar piedras a la policía, para que lo detuvieran y le dieran algo de comer. La policía lo llevó a un psiquiátrico, donde lo internaron con el diagnóstico de esquizofrenia. Tras diferentes ensayos fracasados, escribió
La pesca de la trucha en América, que le dio de forma inmediata dinero, fama y, sobre todo, acceso a más mujeres de las que nunca hubiera podido soñar. Pero sus siguientes libros pasaron desapercibidos y al esfumarse la fama se le esfumó el dinero y se le esfumaron las mujeres. Volvió a encontrarse solo en la habitación de un hotel y allí lo encontraron el 24 de octubre de 1984, cuando estaba completamente olvidado. Tenía el cuerpo cubierto de gusanos y a su lado había una pistola y una botella.
La pesca de la trucha en América está dedicado a "A nuestros jóvenes, que pronto ocuparán nuestro lugar y morirán."
IIISuele decir T. que las pastillas nos quieren, que son nuestras amigas, y que hay que tratarlas bien. Desde luego, no hay duda de que ayudan a dormir y que habiendo dormido bien, el día es mucho más acogedor.
IVYa he dicho por aquí que estoy escribiendo un libro en defensa del conocimiento. Voy más despacio de lo que me gustaría, pero, en todo caso, avanzo. El hecho de que haya que escribir un libro en defensa del conocimiento en la escuela tiene algo a la vez de urgente y doloroso. Pero hay que hacerlo. Estoy descubriendo que cada generación se justifica ante las siguientes por al firmeza con que ha defendido lo evidente.