I“A veces se arrepiente uno de salir del baño”. Así empieza el
Ravel de Jean Echenoz, literatura,
tout court. La literatura se reconoce porque es un país que se habita de otra manera. No hay forma de saber a priori cuál es esa otra manera de habitar. Cada autor es una forma de habitar de otra manera la literatura. Y si no es así, será un escritor, pero no propiamente un autor.
IIRavel es indirectamente uno de los protagonistas de un cuento largo que hemos escrito mi nieto Bruno y yo titulado
Mi familia es bestial. Se publicará en primavera. En principio lo elegí porque me parecía un gesto de incorrección pedagógica. La música que merece su nombre, como la literatura que merece su nombre exigen un ejercicio de habituación a la forma de habitar el país que te proponen. La sensibilidad literaria o musical no vienen nativamente afinadas. Requieren horas y horas de diapasón. Pero cuando uno aprende a habitar el mundo con uno de los grandes -y Ravel es de los más grandes- todo adquiere otra densidad. La música no se oye. En la música se habita. La literatura no se lee. En la literatura se habita. Y estos habitar te descubren pliegues insólitos del mundo, vetas de vida, filones existenciales.
IIIEl caso es que, tras introducir a Ravel en
Mi familia es bestial, he llegado a intimar con él. Y esto -más la intervención de B., mi ángel de la guardia, dulce compañía que no me desampara ni de noche ni de día- me ha traído hasta el
Ravel de Echenoz. Tras él me espera el
Ravel de Jankélévitch.
IVRavel conducía un camión durante la primera guerra mundial por caminos altamente peligrosos, al alcance de las baterías enemigas. Un día el camión se estropeó y Ravel se quedó a su lado, sin abandonarlo, entreteniéndose transcribiendo el canto de los pájaros, que se habían habituado al estallido de bombas y obuses y no dejaban de cantar desde las ramas de los árboles que, aunque heridos, continuaban en pie.
VB., que es una mujer de izquierdas, me hizo hace unos días una pregunta sobre la situación política española. Le respondí y ella me pidió que desarrollara esa respuesta. Así lo hice, y
hoy la publica El Mundo en su Tribuna.
VIYo tenía un sombrero:
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