En uno de sus aforismos, Antonio Pérez, personaje complejo donde los haya, escribe: “Los ídolos no gustan de ver delante de sí al escultor que los labró”.
¿Es entonces la creencia algo así como la ignorancia de/en un escultor?
Y en esto me he dado cuenta de que llegaba con una hora de antelación.
Pongamos las cosas en orden. Esta mañana he tenido un gratísimo encuentro con los profesores de un centro educativo, en una casa de colonias situada cerca de Ocata, pero al otro lado de la Sierra Litoral. Me he levantado puntualmente a la hora marcada en el despertador, me he duchado, me he vestido, he hecho un par de cosas más y con el tiempo justo, me he puesto en marcha. A medio camino me he dado cuenta de que el acto comenzaba a las 10:00 y llegaba con hora y media de anticipación. Podía haber vuelto a casa, pero he preferido desviarme para entrar en los pueblos de la Sierra, Òrrius y Dosrius. He tomado un café en este segundo pueblo, he leído un poco y he encajado mi horario real con el previsto.
Ya comienzan las encinas y pinos ha adquirir sus tonos otoñales. Con el sol iluminándolos en diagonal y la carretera vacía, el recorrido ha merecido la pena. Con frecuencia nuestros errores nos corrigen.
Iba pensando en lo que iba a decir y mientras me comprometía a no decir nada que no creyera, me iba preguntando por las certezas que sostienen mis creencias, pero atendiendo a lo urgente, he dejado las preguntas a un lado para disfrutar en paz de la luz de la mañana y del color de las encinas.
Somos el obvio escultor de nuestros errores.