Ya no están en la pared. Ahora los guardo en mi memoria.Esperanza.
Quiero que seas
la última palabra
de mi boca.
La mortaja de sol
que me cubra y resuma.
Como en la despedida sólo hay bruma
en el entendimiento
y hasta el aliento traiciona a la voluntad,
grito ahora tu nombre a los cuatro vientos.
Te juro, mientras puedo, lealtad
por toda la vida y en todos los momentos
Mi memoria... ¡Si fuera mía…! ¡Si fuera, de verdad, su propietario…! ¡Otro gallo me cantaría! Pero a la memoria, como a la inteligencia y a la salud, se la tiene de inquilina y hay que tratarla bien, para que no se canse de nosotros.
He llegado hace un par de horas de Valladolid. Me gusta Castilla y me gusta la gente de Castilla. Me parece generosa y afable y aún utiliza como la cosa más normal expresiones como "al filo de la medianoche". Cené, de entrada, sopas de ajo. Y, después, todo fue exceso.
Castilla es ese mesón en el que uno siempre encuentra lo que lleva consigo. De ahí la importancia de llegar con el firme propósito de dejar puertas abiertas al partir.
Hablé, entre otras cosas, de la escuela de Villablino, quizás la primera experiencia de renovación pedagógica que se hizo en España. Pero me sorprendió que no la conocieran los profesores que me escuchaban. Por la noche, en los estudios de la televisión de Castilla y León, Lucía Rodil, subdiretora de informativos, me dijo que buscaría documentación para dedicarle un reportaje o un documental.
Me temo que nada nuestro es del todo nuestro (salvo, quizás, la mala conciencia), pero la esperanza es de lo más nuestro.
Esta mañana he salido temprano del hotel para dar un paseo por las calles de Valladolid. El sol iluminaba en diagonal las fachadas de poniente arrancándole luces destelleantes al ladrillo y sombras compactas a los balcones, y al fondo, la torre de alguna iglesia se fundía en el contraluz. He respirado, goloso, el aire fresco de la mañana y con eso ha sido suficiente. -->