Me he ido alejando de la televisión. Cada vez me interesa menos lo que veo y no creo que sea tanto un problema de los programadores como mío, que todo me suena a visto y revisto. Me pasa casi lo mismo con el cine. Y con buena parte de las novelas que empiezo y que no consigo acabar (hago una excepción notable con las recomendaciones de mi amiga B., que siempre son certeras). Cada vez leo menos libros nuevos y más libros viejos, porque encuentro en ellos posibilidades de pensamiento que han quedado sin desarrollar en el ogulloso presente. Cada vez me interesa más la historia, especialmente tal como la cuentan sus protagonistas porque todos sabemos que es inevitablemente parcial y, por eso mismo, es más honesta.
Cada vez tengo más ideas para desarrollar, más libros en proyecto. Así que he de ordenarlos bien en fila. Sin embargo, los proyectos son caprichosos y se mueven por la fila un poco a su antojo, de manera que siempre acabo escribiendo el que no era el primero. Y eso está bien.
Cada vez creo comprender mejor a Kant, hoy tan denigrado. Me parece que a él no le importaba tanto encontrar un imperativo moral categórico como responder a la pregunta de cómo ser moral de forma no fragmentaria. El imperativo categórico es la respuesta que encuentra a esta pregunta. A su parecer, sólo el deber puede mantenernos unidos a nosotros mismos. Su pregunta es la mía, su respuesta, si hago caso a mis actos, no. Pero pudiera ser que eso que llamamos prudencia sea el intento de ser moral fragmentariamente sin por ello sentir mucha vergüenza.