Cuando estoy en casa me gusta levantarme temprano, muy temprano. Con frecuencia, aún no ha amanecido. Y sin lavarme la cara vengo al ordenador. Los mails se acumulan y si no los respondo diariamente acaban sucumbiendo en el olvido bajo el peso de los nuevos mails, que llegan en alud. Después intento pasar mis notas a limpio y cumplir con compromisos.
Llevo varios días tomando notas sobre el capitalismo cognitivo, que es de lo que les hablé hace unos días a los miembros del Capítulo español del Club de Roma. Cada vez veo más claro que lo que define nuestro tiempo no es ni la información (“sociedad de la información”), ni el conocimiento (“sociedad del conocimiento”), sino el hecho de que el conocimiento ha adquirido el valor económico que hasta hace poco tenían los llamados recursos naturales. Eso en sí no tendría que ser malo. Incluso podría ser muy bueno. Pero comenzamos a ver que el conocimiento -el conocimiento poderoso- está aún peor repartido que la riqueza tradicional.
No sé si han oído hablar de la “Smart Fraction Theory”. Me parece que comienza a ser muy evidente que estamos asistiendo, en vivo y en directo, a la formación de una élite cognitiva que se caracteriza tanto por acumular conocimiento como por la accesibilidad a los "big data" que ese conocimiento le permite. Pero no era de esto de lo que quería hablar, sino de mi método de trabajo. Todas estas notas que voy escribiendo tienen que ser revisadas, criticadas, ordenadas y pasadas a limpio. En este momento esta cuestión de la élite cognitiva es especialmente importante para mí porque pretendo que el libro en defensa del conocimiento en el que ando trasteando, acabe con un capítulo sobre la relación entre sistema educativo y capitalismo cognitivo.
Y en esto suelen dar las diez o diez y media de la mañana y es la hora de cambiar de tercio. Me ducho, me visto y me voy a mi Plaza de Ocata, a desayunar y a leer hasta el medio día. Con frecuencia ya me tienen preparando algún libro que ha dejado allí el cartero. El de hoy ha sido una gratísima y fenomenal sorpresa, El tesoro olvidado, de Dimas Mas, autor que a veces se pasa por aquí con su nombre de pila.
Ese momento en el que pongo los pies en la calle y respiro hondo el aire nuevo de la mañana, es el mejor del día. El más sensual, el más expansivo y, al mismo tiempo, el más leve, el más liviano, y lo es especialmente en días como hoy en los que el verano anda rezagado y nos regala mañanas luminosas y reconfortantemente tibias... lo justo para que sea una delicia ponerse de espaldas al sol y sentirte inundado de calor. Les parecerá una tontería, pero por ese momento está salvado el día.
Y todavía queda el magnífico café del Petit Cafè.