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El café de Ocata
Me gustan esos pequeños detalles casi mecánicos que tienen las parejas mayores entre sí. Ese momento en que ella se detiene ante él para quitarle un pelo de la solapa o darle unas palmaditas en los hombros para quitar esas motas de caspa que se han depositado ahí indiscretamente. Ese gesto del hombre que tiene su brazo extendido sobre el hombro de ella y alarga el dedo índice para acariciarle la mejilla. La manera como algunas parejas de ancianos caminan agarrados de la mano. Ese juntar las rodilllas de la pareja que está en esa mesa del restaurante, tan intenso, tan vivo. Esa cucharadita de postre que se intercambian como si se regalaran las llaves de Granada. Todo esto me parece grandioso, admirable, enternecedor. Y, sin embargo, pocas cosas me duelen más que ese momento en que mi mujer me coge el vaso de cerveza y se lo lleva a los labios para echarse un trago, porque sé que cada trago está racionado y que si falta uno lo voy a echar tanto de menos...