La democracia es posible porque colectivamente aceptamos que en política el consenso es más importante que la verdad o, dicho de ora forma, que lo que está más cerca de la verdad política es el consenso.
Lo que cuenta en democracia es la fuerza de atracción de las autopercepciones honestas de diferentes grupos.
No creo que haya nadie que para votar se ponga delante de las diferentes papeletas enlazando silogismos a la espera de ver hacia qué color político lo conduce su razonamiento. Simplemente votamos porque nos guiamos por intuiciones que nos parecen razonables sobre lo nuestro en nuestro futuro colectivo.
Siendo tan frágil, imperfecta y sofística; estando tan sometida a la ilusiones más diversas, la democracia es, sin duda, el mejor régimen que hemos sabido crear para hacer posible la pluralidad en la unidad en comunidades complejas que están atravesadas por diferencias legítimas. Lo cual no significa que haya venido aquí para quedarse. Nada impide que pasado mañana nuevas generaciones alcancen un nuevo consenso: el de los hartos de democracia.
Pero lo que quiero resaltar hoy es la dignidad que hay en el gesto de confianza que le damos a ese vecino insoportable del 3º C para que vote como le dé la gana y que su voto cuente como el nuestro. ¡Y vete a saber si vota como nosotros!