Vengo de una gran escuela, la Escola Camp Joliu, de L'Arboç, situada entre viñas. La charla ha ido bien, a pesar de que mis acúfenos estaban disparados -como siguen ahora-, como si tuviese el brun-bruumm del motor de un inmenso camión aquí al lado. Creo que los padres -para ellos iba dirigida la charla- se han divertido y han reflexionado alguna cosa de interés. Pero no quería hablar de esto, sino de este fenómeno biológico que me acompaña, acentuándose más pronunciadamente cada año: los padres me parecen más y más jóvenes. Posiblemente andan casi todos de los treinta para arriba, pero es que a mí los de treinta se me antojan adolescentes. Así que, volviendo en el coche, envuelto en la noche, pensaba que yo debo parecerles a ellos cada vez más viejo. Una especie de abuelo cebolleta que les cuenta historias un pelín edificantes, pero no mucho, lo suficiente como para que la risa dejé en el paladar, allá al fondo, una idea digna de ser rumiada.