La diferencia entre Stuart Mill y míster Russell es que el primero sirvió de levadura a dos generaciones, mientras que el segundo, a pesar de su posición social y de su agudeza lógica y matemática, es el excéntrico cuyo talento se reconoce, pero a quien nadie sigue. Nadie cree en su principio del crecimiento libre. El espíritu del hombre no es estrictamente comparable a su cuerpo. Hablar de crecimiento espiritual es hablar por metáforas. Ningún padre ha creído nunca que su hijo se desarrollará mejor si deja rienda suelta a las tendencias de crueldad, de mentira, de vanagloria, de avaricia y de glotonería que todos los niños manifiestan. Recuerdo que una noche fue a conferenciar míster Russell, en Londres, a un Centro gremialista. Habló, como de costumbre, contra el Estado y su funesta intervención en los negocios del espíritu. Habló una hora recogiendo todos los argumentos del liberalismo contra las instituciones oficiales. Uno de los oyentes se acordó de las enormidades que suelen decir los oradores que vociferan en Marble Arch al caer la tarde y que míster Russell era profesor de la Universidad de Cambridge, y preguntó blandamente al conferenciante:- ¿Cree míster Russell que los discursos de Marble Arch, que son libres, alcanzan un nivel intelectual más alto que las conferencias de Cambridge, más o menos controladas por el gobierno?
Míster Russell dijo: “No”. Es posible de que a estas fechas no se haya enterado de que su No implica el reconocimiento de que el pensamiento humano debe infinitamente más a las instituciones que obligan a pensar que no al mero permiso de pensar.
Maeztu, “La crisis liberal”, en La Nación, 14-II-1927.
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