Tengo una amiga que se niega a leer libros en dispositivos electrónicos. Me explica que el daño del resplandor de la pantalla de un iPad en sus ojos o la pobreza del tacto del plástico de un eBook en sus dedos no le compensa de la ventaja de cargar con miles de libros en un aparato que pesa unos pocos gramos. Otro amigo, por el contrario, huye de los libros de papel como alma que lleva el diablo porque santifica lo digital como buen creyente 2.0. Argumenta que el papel está tan obsoleto como la arcilla o el papiro.
Mis dos amigos simbolizan dos extremos respecto a la nueva y la vieja tecnología, en el fondo idénticos: la confusión entre lo complementario y lo sustitutivo, lo secundario frente a lo original, el valor de los materiales nobles frente a los desechables, el fondo y la forma, lo cortés de lo analógico frente a lo valiente de lo digital.
Mis alumnos andan ahora enfrascados en la lectura del Banquete de Platón en la estupenda edición que Gredos y RBA han publicado en una tirada para quioscos que, sin embargo, tiene la consistencia y el acabado de unos volúmenes encuadernados en tapa dura estampada en oro y una cinta dorada para marcar el punto de lectura. El que aprecia el tacto de un papel de calidad y la grafía en relieve de la tinta sin duda que se hará con un libro como este a pesar de que ya tenga otras ediciones en papel o digitales. Una alumna,
Lydia Serrano, se ha molestado en pesarlo: 1 kilo y trescientos cincuenta gramos para un tomo en el que cabe desde la
Apología de Sócrates hasta el
Fedón pasando por el
Gorgias (mi favorito) y otros quince diálogos. Algunos de mis alumnos sospechan que el hecho de haber tenido que comprar una edición tan pesada corresponde más bien al apenas disimulado sadismo de su profesor que a las razones que les expuse:
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