"Verás, te voy a contar una cosa: yo cada mañana salgo a estirar las piernas antes de desayunar, no por nada, sino para hacer un poco de ejercicio; pues bien, al principio, al salir de casa les decía a mis nietos: ¿queréis venir a dar un paseíto con el abuelo? Y ellos siempre me contestaban: No, abuelo. Hasta que un día se me ocurrió decirles: Voy al estanco a por tabaco, ¿alguien me quiere acompañar? Y ellos dijeron en seguida que sí, porque sabían que íbamos a alguna parte, y estaban seguros de que al llegar al estanco me camelarían para que les comprara alguna chuchería. Desde entonces, cuando quiero compañía, me invento un recado, y nunca falla. ¿Sabes por qué? Pues porque está en la naturaleza humana el que cualquier cosa, hasta la más agradable, haya de hacerse con una finalidad. Sí, querida, siguió diciendo, el ser humano necesita un objetivo para hacer las cosas; hasta para seguir viviendo necesitamos un objetivo. El mío, ya lo ves, son estos demonios: verles crecer, hacerles felices mientras pueda, velar por su formación y, cuando el Señor me llame, dejar asegurado su bienestar material. Con esta filosofía vivo en armonía conmigo mismo, y me río del paso de los años".
Una comedia ligera, Eduardo Mendoza.