El trayecto desde donde me alojo en La Paz hasta el colegio de El Alto es largo y deja mucho tiempo para pensar. En uno de esos viajes pienso si esa pequeña tarea de apoyo a la lectura durante unas pocas semanas vale de algo ante tanta necesidad. Apenas una gota en el mar. ¿Para qué ese esfuerzo?
En ese instante recuerdo una historia conocida y mil veces escuchada que vuelvo a contar de memoria, con todo lo que la memoria tiene de invención. La historia dice así:
Un hombre camina por la playa, observando cómo las olas dejan en la arena pequeñas estrellas de mar que poco a poco van secándose al sol. A lo lejos distingue la figura de otro hombre que, en su paseo, toma con sus manos las estrellas con las que se encuentra, lanzándolas de nuevo al mar. Cuando se cruza con él no puede evitar preguntarle. ¿Por qué hace usted eso? ¿No se da cuenta de que por una estrella de mar que devuelve al océano, éste lanza a la orilla muchas más? No va a poder salvarlas a todas. Lo que hace no tiene sentido.
El hombre le mira y, sonriendo, le responde: tal vez no puedo salvarlas a todas y lo que hago no tiene ningún sentido, pero para ésta que tengo en mis manos tiene todo el sentido del mundo ¿verdad?
Y el hombre lanza la estrella de mar de vuelta al océano.
Bien, no sé si lo que hago tiene sentido o no, ni si este subir y bajar de la ciudad de La Paz a El Alto cambia la situación con la que me encuentro, pero durante el tiempo que pasamos juntos, los alumnos, los profesores y yo aprendemos algo, aunque sea poco, más allá de que tenga luego una continuidad o no la tenga. Además, yo ya no sé si soy como el hombre que lanza la estrella de mar de vuelta al océano, como el hombre que lo observa y le pregunta, o más bien como la estrella de mar en la arena, secándose bajo los rayos del sol, a quien unas manos desconocidas levantan en volandas para lanzarla de nuevo a la vida, una vez más. No lo sé, pero presiento que puedo descubrirlo si vuelvo de nuevo al largo camino que une La Paz y El Alto
Lo haré. Mañana volveré a EL Alto.