Me impresionan las imágenes en la televisión de tantas personas por las calles de Soweto, Pretoria y otras ciudades sudafricanas, bailando y cantando en homenaje a la vida de Madiba, Nelson Mandela. Son estas personas desconocidas, y no tanto las conocidas y sus previsibles mensajes de condolencia, las que nos descubren el verdadero sentido de su fallecimiento. La vida de Mandela ha llegado a su fin, pero no por eso se despeña en la nada, ni se aniquila cuanto hizo y fue. Al contrario, su fallecimiento no es el final de cuanto ha sido, sino el repliegue de una vida singular en el seno de la Memoria (popular, colectiva, Mnemosyne), desde la cual puede ser evocado, celebrado, recreado. Desde esa Memoria insiste el misterio de este hombre asombroso, conocedor del secreto del perdón, la generosidad y la reconciliación. Los hombres y mujeres que cantan en Soweto o Pretoria por el fallecimiento de Mandela son sabios: lloran su muerte celebrando su vida.