¿Estás seguro de que quieres conocerlo? ¿No será demasiado pronto para ti? Mejor deja de leer este texto. No dirás que no te he advertido.
Si aún lo sigues leyendo, te lo contaré. Al fin y al cabo no va a salir de aquí, pero guárdame el secreto.
Eso a lo que llamamos “vivir”, con sus afanes y preocupaciones, con sus anhelos, deseos, fracasos y éxitos, consiste simplemente en una cierta manera de morir, nada más. De eso se trata al final, después de tantos ruidos y distracciones en los que se ocupa nuestra vida.
Con razón te preguntarás: ¿acaso hay diferentes maneras de morir?, ¿no son todas lo mismo? En absoluto. Al menos hay dos. La fecunda y la estéril. La primera hace de tu vida y tu muerte una tierra fértil de la que puede nacer algo distinto de ti, en lo que, sin embargo, perduras. La segunda te encierra en tus límites, haciendo de ellos un terreno seco, incapaz de dar lugar a novedad alguna. Te da un nombre al precio de arrancarte el futuro.
Ahora he de hacerte una pregunta: ¿aceptarás la inmortalidad propia de los seres mortales, perdurando en las semillas que nacen de ti, siendo tú mismo un cierto renacer, un presente en el que renace un pasado rebosante de futuro, o huirás de ella y la negarás, aferrándote a la ilusión de un nombre que te salve del torbellino del devenir? ¿Serás como el viejo Cronos que devora a sus hijos porque no se reconoce en ellos, o como el niño que olvida, nace y comienza de nuevo?
No conozco tu respuesta. Mientras la voy descubriendo, por favor, guárdame el secreto porque, al final, se trata simplemente de eso.