“La naturaleza mortal busca, en la medida de lo posible, existir siempre y ser inmortal. Pero sólo puede serlo de esta manera: por medio de la procreación, porque siempre deja otro ser nuevo en lugar del viejo. Pues ni siquiera en el tiempo en que se dice que vive cada una de las criaturas vivientes y es idéntica a sí misma, reúne siempre las mismas cualidades; así por ejemplo, un individuo desde su niñez hasta que llega a viejo se dice que es la misma persona, y sin embargo, aunque se dice que es la misma persona, ese individuo nunca tiene en sí las mismas cosas, sino que continuamente se está renovando en un aspecto y destruyendo en otro. (…) De esta manera, en efecto, se conserva todo lo mortal, no por ser siempre completamente idéntico a sí mismo, como lo divino, sino porque el ser que se va o ha envejecido deja en su lugar otra ser nuevo similar a como él era. Por este procedimiento, Sócrates, lo mortal participa de inmortalidad, tanto su cuerpo como en todo lo demás. (…) No te extrañes, pues, si todo ser estima por naturaleza a lo que es retoño de sí mismo, porque es la inmortalidad la razón de que a todo ser acompañe esa solicitud y ese amor”.