Cilindro |
"En sentido estricto, el ser humano es un tubo de carne impulsado por un mecanismo eléctrico. Esta especie de cilindro tiene algunos agujeros superiores e inferiores, unas alargaderas con pinzas en los flancos y todo eso va montado sobre un compás que sirve para desplazarlo en cualquier dirección, siempre detrás de un deseo. La alta misión de este tubo en la Tierra consiste en arramblar cosas de alrededor generalmente vivas, en sacrificarlas, trocearlas, introducirlas por la ranura de arriba y expulsarlas por el escape o sumidero de abajo, después de haberlas transformado en abono. Esta operación posee cierta calidad mística. El estiércol es un compromiso de honor del hombre con la naturaleza. Pero uno no pretende arrebatar a nadie las ansias de inmortalidad, ni siquiera rebajar la dignidad de este extraño aparato. Por otra parte, resulta muy fácil olvidar semejante ignominia. Basta con cubrir este cilindro con una tela y el misterio vuelve al instante. Algunos hacen mucho más. Le ponen mitras, gorras de plato y birretes con borlas en la cabeza, lo adornan con capas, clámides, polainas, joyas y medallas con el único fin de conquistar la inocencia.
El gran invento de la cultura ha sido el alma. Hubo un tiempo en que estos tubos de carne iban sueltos por el planeta realizando su labor degustadora sin otra aspiración en la vida. Eran unos instrumentos solidarios, dotados de una ciega maldad química. Luego se agruparon en manadas cerca de las charcas y allí tal vez reconocieron a un jefe. La cultura comenzó cuando este raro mandamás tuvo la ocurrencia de coronarse con plumas de pato. Al calor de ese sombrero germinó la conciencia, o sea, una argucia para desviar el destino. Ahora abra usted la ventana y vea como desfilan todavía. Van con abrigos, gorros, bufandas, mitras, birretes y cada uno ya tiene su alma”.