El siguiente texto se titula "Un recuerdo" y comienza así: Yo tenía cinco
años cuando la abuela Mami murió. Íbamos a visitarla todos los sábados por la
mañana al Barrio del Pilar, donde vivía con mi abuelo Pepe. Aquel sábado, como
siempre, me adelanté corriendo con mis hermanos para llamar el primero a
la puerta. Ella la abría siempre con una sonrisa y luego nos hundíamos
todos en su abrazo enorme y profundo. Aquel sábado no la abrió.
Pasamos la noche
con mis otros abuelos, los del Barrio de la Concepción, durmiendo sobre una cama
improvisada con una colchoneta vieja, en el comedor de su casa. Yo no podía
dormir, así que cuando vi una luz por debajo de la puerta, me levanté. La
seguí, atravesando el pasillo hasta llegar a la cocina. Allí estaba la
abuela Mami sentada en la banqueta azul, con un vaso de leche en la mano. Al
verme, sonrió.
-Ven -me dijo-. ¿No
tienes sueño?
-No -le respondí.
Me subió a sus
rodillas. Estuvimos callados un buen rato, mientras ella tomaba la leche a
sorbitos. Cuando terminó el vaso, le pregunté:
-Abuela, ¿Es verdad que
te has muerto?
-Eso parece- me contestó.
-¿Y ya no te volveré a
ver?
Yo estaba sentado sobre
sus rodillas con la espalda apoyada en su pecho. Entonces ella dejó el
vaso en la mesa. Me tomó de los hombros, volviéndome de lado, y me miró.
-Te voy a contar algo
-dijo bajito y con una sonrisa-. ¿Recuerdas cómo se enfadó tu primo cuando
le pusieron gafas? Decía que no quería que le llamasen cuatro ojos.
Pues mira, en realidad, todos tenemos cuatro ojos. Dos son estos con los que
miras las cosas. Con ellos vigilas los coches en un paso de cebra, espías
a un pájaro sobre la rama, o buscas la caja de galletas antes de la cena
(yo me reí mientras me tiraba de la oreja). Con los otros dos ves todo lo
que miras, como si estuvieras un poco por fuera de la vida. Con ellos te ves
jugando, yendo al colegio, peleándote con tus amigos. Seguro que alguna
vez estás en la plaza cansado de correr por ahí y piensas "quiero irme
a casa", y sin dejar de estar donde estás, ves el camino de vuelta, y el
portal, y la escalera, y la cena en la cocina ¿no? Con esos ojos que están
como por encima de las cosas sobrevuelas la vida entera y mucho más
porque, en un relámpago, recorres todo, sin fin. Es la eternidad dentro del
tiempo. Y desde allí, desde lo que es siempre, vuelves tan rápido como te
fuiste y les dices a tus amigos ¡me voy a casa que tengo
hambre, hasta mañana! Y
tomas recto el camino. Es como verse desde el cielo, cuando sales a la calle y
lo encuentras azul, enorme y sin nubes. Tus ojos son el cielo y desde allí
te ves.
Pues fíjate:
cuando te duermes y sueñas, cuando estás en babia, o en la luna durante las clases
del colegio, cuando te acuerdas de algo o cuando lo esperas y te quedas
suspendido sin saber dónde, entonces estás viajando sobre el relámpago, a
través de ese cielo que lo cubre todo sin fin y lo guarda todo siempre. Allí me puedes
encontrar para traerme aquí, contigo, si tu quieres, juntando las dos miradas,
la de aquí y la de allí. Sólo tienes que tener confianza y no asustarte,
ni creer a los que te hablan de la muerte. Tú haz caso a tu abuela. Y
llévame a tus ojos alguna vez...
Me volvió a
abrazar, fuerte y profundo, cuando dijo esto, y me puso en el suelo, mirando hacia la
puerta.
-Ahora, a dormir.
Y yo me fui. Le
dije adiós con la mano, antes de darle la espalda por última vez. Volví a la
cama y cuando me arropaba, la luz se apagó.