Pensaba Marx que el hombre no nace, sino que se hace. Y se hace fundamentalmente a través de su trabajo, que es su hacer principal. Cuando no conocemos a alguien la pregunta típica es: "¿Y tú qué eres?" Todo el mundo entiende que se pregunta por la profesión o actividad principal. "Yo soy médico, jardinero, escritor, estudiante..."... El trabajo no solo proporciona autonomía económica, también, y sobre todo, identidad. Quién no hace nada no es nadie, ni para los demás ni para sí mismo. Con el trabajo desarrollamos nuestras capacidades humanas, nos expresamos y proyectamos socialmente, nos sentimos valorados, nos objetivamos en la obra producida, que es como un espejo en que reconocernos... En una palabra: nos realizamos como seres humanos. El mayor drama de la persona sin trabajo es sentirse insignificante, inútil, un "don nadie"...
Ahora bien. El trabajo es un instrumento de realización humana (dice Marx) solo cuando no es
alienante. En caso contrario es causa de deshumanización y embrutecimiento.
¿Qué es "alienación" (o "enajenación" como traducen algunos)? Es el estado, cabe decir espiritual, por el que uno no se reconoce a sí mismo en lo que hace, por el que se siente ajeno a su hacer, un hacer que no es, por tanto, un hacer suyo, sino de "otro", o mecánico, y desligado, en cualquier caso, de sí mismo. Como somos lo que hacemos, un hacer constantemente extraño a nosotros nos produce un extrañamiento íntimo:
no estamos en lo que hacemos. El trabajo alienante, sin alma, nos deja vacíos, nos saca fuera de nosotros mismos, no empobrece y cosifica, no nos deja ser, nos roba la identidad...
Cuando Marx habla de alienación estaba pensando en los obreros industriales del siglo XIX. Todo trabajo consiste en dar forma a la materia para crear un producto final. Pero según Marx en el trabajo del obrero todo le es ajeno. La materia prima que trabaja no es suya. Tampoco los instrumentos de trabajo. Ni el trabajo mismo que realiza es suyo: ni lo elige ni planifica él (sino el patrón), ni expresa su subjetividad (es puramente mecánico), ni tiene otro interés que el beneficio de otro. Incluso si es algo interesante para él, el producto de su trabajo le es arrebatado y comercializado por aquellos que le pagan, pues el trabajo no es sino una mercancía más, sujeta a compra-venta, y no un modo de "realización personal". Para colmo las relaciones sociales que origina el trabajo del obrero son tan mecánicas e impersonales como el propio trabajo, con lo que la alienación es doble: económica y social.
Pues bien, para que mis alumnos comprendan todo esto de la alienación no tengo que complicarme nada la vida. Simplemente les pido que miren alrededor y después... ¡Qué se miren a sí mismos!
Muy a menudo el instituto donde trabajo me parece una cárcel (en los peores momentos un zoológico), pero durante estos días que estamos pensando sobre el marxismo me parece siempre una fábrica, un inmenso taller en el que a toque de sirena los obreros-alumnos ocupan sus pupitres enfilados frente a pizarras y ordenadores, mientras el patrón-profesor se pasea supervisándolo todo.
Recuerdo después sus miradas perdidas al oír las lecciones, sus gestos mecánicos al escribir lo que les dictan, su resignado encorvarse sobre la hoja del examen diario, hora tras hora, semana tras semana, año tras año... Ni lo que hacen en cada una de esas horas de su vida es elegido por ellos. Ni (por lo general) las actividades de clase expresan su subjetividad o tienen relación con sus intereses reales. Ni sé si se esfuerzan realmente por sí mismos o más bien por otros, para satisfacer a otros, o para lograr las recompensas con las que han sido adiestrados por otros...
¡Qué torpes los que los califican a veces de vagos! ¡¡Yo jamás he visto un alumno vago!! A los alumnos solo los conozco de dos clases: los que han aprendido ya a disimular su desinterés (o han sido educados en la marcialidad del esfuerzo sin preguntas), y aquellos, más sanos, que no saben disimular y se niegan, a las claras, a malgastar su energía en aquello que no les importa un rábano. Pero aún estos últimos están alienados. Están sin estar, malviviendo de la mínima ración de autenticidad que son la ensoñación en clase, las fugas clandestinas, las pequeñas bromas...
Y para colmo también en las aulas se propicia la alienación social: la competencia entre alumnos, las relaciones no elegidas (disponiendo junto a quién se sientan "para que no hablen"), la segregación por notas o (en algunos centros privados) hasta la separación de sexos en aras del rendimiento.
Al fin y al cabo los alumnos no son una excepción con respecto a otros productos del mercado. Se fabrican para que den rendimiento. Para que coloquen su currículo en e-bay, como últimamente se ha visto.
Sin duda que la escuela que tenemos es una excelente "educación para la vida"... Pero solo si asumimos que las cosas más nobles y humanas (la creatividad, la libertad, las relaciones desinteresadas con los demás, la realización mediante el trabajo vocacional, el placer del conocimiento...) son cosas inútiles e improductivas; que el trabajo es en general una maldición (de la que nos libramos cada viernes, aliviados); y que el estudio y el conocimiento son algo insufrible de lo que hay que escapar cuanto antes... Siempre que asumamos, en fin, que eso que nos quieren vender como lo "bueno" de la vida (el pan, el circo, el consumo...) está siempre a mano (un poquito menos en las crisis), sin otro coste que... ay, la vida misma.