¿Qué es la belleza en el arte? ¿Es esta posible? Decía Keats que las melodías no oídas son las más dulces. ¿Cuáles son las melodías no oídas? ¿Quiere esto decir que la verdadera belleza (¿?)no es cosa de este mundo sensible? ¿Qué belleza es, entonces, la que atribuimos a los objetos artísticos (todos ellos de naturaleza sensible)? Yo diría, quizás frívola y provocativamente (como también, a su modo, algunos artistas rabiosamente modernos), que la belleza y el arte son una inmensa falsedad, una sombra disfrazada de luz. Que lo bello, en fin, es profundamente feo. Veamos por qué.
El arte es producto de la imaginación. El artista (y también en cierto modo el espectador que contempla la obra) genera imágenes (visuales, auditivas, literarias...) con las que ordena los datos sensibles (colores, sonidos, otras imágenes...) de forma libre o autónoma, es decir, no necesariamente determinada por la percepción (el mundo externo) o la memoria (la tradición). Estas imágenes equivalen a ficciones, a mundos sensibles posibles. Pero esto obviamente no basta. La obra de arte tiene que añadir un “algo más” a la ficción (no toda forma de ordenar las sensaciones es artística o bella). Digamos que ese "algo más" es la belleza. ¿Qué podría ser si no? ¿Pero qué es la belleza? Supongamos que, por encima de lo “novedoso”, lo bello aporta a la imagen estética un grado de “perfección” con respecto a lo dado o recordado. La obra de arte representaría, así, una cierta perfección imaginaria de lo sensible. Esto es: una ficción en algún sentido más perfecta que lo que nos es dado a los sentidos. ¿Pero en que consistiría esta perfección? ¿Qué otro criterio o ley, si la hay, distinta a las del mundo sensible (y a las del mundo puramente inteligible), rige esta perfección o “belleza”? Aquí comienza una de las disputas más profundas en la filosofía del arte.
A mi juicio, la cuestión de lo bello en el arte podría analizarse (en términos muy generales) así:
(a) Lo bello no es mera cualidad externa de la imagen. A primera vista lo bello podría ser una cualidad puramente estética de la imagen, dependiente de una “gramática” de las sensaciones puras que, correctamente usada, produciría un supuesto efecto emotivo peculiar (el gusto). Para algunos, esto “libera” al arte de todo contenido ajeno a lo estético mismo y, además, le otorga una validez cuasi científica. Este enfoque “formalista” no parece, sin embargo, muy satisfactorio, por varios motivos que omito ahora. Visto así, el arte parece reducirse a algo meramente decorativo y placentero.
(b) Lo bello no solo atiende a la cualidad interna o significado de la imagen. Es cierto que el artista ha de tener algo que decir. De hecho, toda imagen representa o significa algo, exista o no la intención representativa. Suponemos, además, que una obra de arte no puede representar cualquier cosa (ni tampoco “puros” sentimientos, pues todo sentimiento depende de representaciones). La habilidad formal del artista al servicio de nimiedades solo genera retórica o cierto ingenio. Pero puesta al servicio de ideas e ideales más sublimes es poco más que ilustración o parábola. Por esto, este enfoque puramente “representacional” tampoco parece suficiente. El arte no es ni mera decoración (“todo” forma) ni mera ilustración (“todo” representación).
(c) Lo bello es una cierta cualidad de la relación entre lo imagen y la idea, aunque esto es problemático. La belleza –se dice— consiste en identidad entre forma y contenido, entre la imagen y lo representado. La imagen habría de representar con la mayor perfección y autonomía estética (formal) --no como mera ilustración-- aquello sumamente valioso o verdadero que representa (el ideal, la idea). Pero antes de nada: ¿cómo es esto posible? Imagen e idea son entidades dispares, inconmensurables. Ninguna idea incorpora entre sus propiedades esenciales la relación necesaria con tal o cual imagen. Una idea (o, por debajo, un concepto) vale más que mil imágenes. La imagen, hasta la más libre y formalmente lograda, es, a lo sumo, un ejemplar, una ilustración de lo que representa. Pero ya hemos dicho que en eso no ha de consistir el arte. ¿Entonces?
(d) Lo bello es una "ficción de plenitud". Ninguna imagen es capaz de referir todo lo que una idea significa (lo cual le condena a ser siempre "ilustración", "ejemplo" de la idea). Pero cuando esta imagen es bella, cuando es una obra de arte, parece que sí que lo logra. Este, me parece, es el quid de la belleza en el arte. La belleza estética es una falsa, pero efectiva, representación sensible de la plenitud inteligible de la idea. El arte simula una supuesta intuición imaginativa, un “atajo cognitivo” desde la imagen hasta lo más esencial de la idea sin pasar por el concepto. Este “atajo” es ilusorio, pero resulta psicológicamente efectivo (y agradable). ¿Cómo es tal atajo o ilusión posible? Digamos, para empezar, que hay ciertas propiedades de lo aparente que alcanzan un grado especial de perfección en el arte logrado (es decir, en la apariencia que no parece serlo). Se me ocurren dos: la inmediatez y la opacidad al concepto. Con respecto a lo primero, la obra de arte produce la ilusión de comprender plenamente lo representado de forma inmediata, intuitiva (como cuando percibimos con naturalidad las cosas, pero con mucha mayor fuerza). Por lo segundo, esta plenitud es función de una ilusión más compleja (y que supone una mínima reflexión): la de conciliación entre lo limitado (de la obra en su individualidad cerrada y concreta frente al concepto) y lo ilimitado (de las posibilidades interpretativas --en la “oscuridad” conceptual todo puede ser, siempre cabe otra interpretación, otra intromisión del concepto, de ahí el carácter abierto, inconcluso de la obra estética--). Dicho de modo más filosófico, la obra de arte genera la ilusión de que podemos comprender lo representado en toda su plenitud “dialéctica”: en su unidad y su diversidad, en su finitud e infinitud, en su ser y su devenir. Por descontado que el artista cuanta con multitud de recursos para lograr este efecto (ambigüedad, polisemia, esquematismo, abstracción, elipsis, elementos con que configurar estructuras unificadas, armoniosas, que presten unidad o límite a la diverso e ilimitado, etcétera.). Merced a todo ello, en la verdadera obra de arte parece que no sobra ni falta nada, que en ella se representa un mundo íntegro y completo (del que no se precisa salir para entender nada), y en el que la plenitud de lo que se dice es análoga continuación a la totalidad del cómo se dice (una obra “redonda” suele decirse).
(e) La insuficiencia de la belleza. Pero todo esto es ilusorio. La supuesta plenitud de la imagen estética no trasciende realmente al concepto (ni mucho menos llega a la altura inteligible de ninguna idea). Más bien es al revés: hasta el más insignificante concepto trasciende a todas las imágenes del mundo. El juego (supuestamente libre) de imágenes que es el arte aprovecha los rincones más oscuros para disfrazarse de conocimiento, como los niños que, lejos de la vigilancia de los adultos, juegan e imaginan que son... adultos. Pero a una sensibilidad despierta (esto es, a quien coloca la sensibilidad en su lugar) el arte no puede bastarle. Como al amante no le basta ningún objeto amoroso concreto (una vez desvanecida la ilusión de la que se enamora). De ahí la tensión infinita en la que vive el verdadero artista o el amante. Ninguna melodía oída puede ser realmente bella, ni siquiera en el oído de la mente.
(f) Lo feo de lo bello. Algunos estetas románticos calificaron todo esto como una forma de ironía. De la (aparentemente trágica) imposibilidad de plasmar realmente lo ideal en la materia, surge la ironía (cómica) de volver a encontrar lo carnal y defectuoso en lo que creíamos ideal, lo feo en lo bello. De hecho, lo feo en el arte, cuando es intencionado, es justo una forma de plasmar directamente esta condición irónica, aparentemente no aparente, falsamente verdadera, del arte. Lo sublime al revés.
En fin. La belleza es promesa de sentido, de ahí su valor, cuando a la persona despierta le revela todo lo que realmente falta en todo lo que aparentemente muestra, y le incita de ese modo a ir más allá (en ese sentido puede ser ilustración óptima). Pero también es en sí misma promesa engañosa que atrapa al no avisado. La belleza es también sospechosa, falsa, fea. Un juego desesperadamente esperanzado para el que no acaba de ver más allá de lo que ve.
* Imagen superior: obra de Tim Noble y Sue Webster.* Imagen inferior: fotografía de Chema Madoz.