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Una condición del aprendizaje es tener una experiencia genuina de aquello que se aprende. Pero nadie obtiene una experiencia semejante cuando se ve obligado a “tenerla”. No hay experiencia de aprendizaje que valga sin dar autonomía (y, por tanto, responsabilidad) al que ha de protagonizarla. Y dar autonomía no puede ser que consista en reducirla, forzando a alguien a hacer lo que no quiere (como suele ocurrir con los deberes y, a ser sinceros, con gran parte de las actividades escolares). Nadie aprende nada a la fuerza, ni tampoco (¡mucho menos!) a ser autónomo y responsable de sus actos, pues no los ha elegido él... De todo esto: del presunto valor educativo de los deberes y de la necesidad (como mínimo) de regularlos trata nuestra última colaboración en el
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