Se acaba de publicar en español el libro de Rutger Bregman, Utopía para realistas (Ed. Salamandra), una defensa (una más) de la renta básica universal desde posicionamientos liberales. El argumento es simple. Si la sociedad ha de hacer algo por paliar la pobreza (y ha de hacerlo, según el autor, porque las consecuencias de la pobreza son muy caras) lo mejor es, como repite el viejo adagio liberal, que el dinero esté en el bolsillo de los pobres y no en el del Estado y sus costosos servicios sociales. Nada de paternalismo estatal – dice Bregman – . Si alguien sabe lo que es la pobreza y cómo paliarla este es el pobre. Le damos el dinero que le toca (la renta básica) y él sabrá mejor que nadie qué hacer con el.
No logro estar de acuerdo, por principio, con esta concepción liberal de lo que es la libertad individual (tampoco con la de igualdad – la renta básica que defienden Brugman y otros se ofrece igualmente a ricos y a pobres –). El clásico concepto liberal de libertad negativa entiende la libertad como un “dato” primitivo, un estado natural que hay que proteger (sobre todo de la injerencia estatal). Pero esto es un error. La libertad individual no es un hecho del que partir, sino más bien un derecho (y una “competencia”) que conquistar (y que aprender). Ningún individuo es, por principio, un ser libre cuya libertad haya que proteger del paternalismo del Estado. Ser libre no consiste en satisfacer nuestros deseos sin encontrar obstáculos, sino – sobre todo – en asegurarnos de que esos mismos deseos han sido concebidos libremente. Y a eso, a ser el dueño de las ideas y los sueños que gobiernan nuestros deseos, se aprende en la escuela y en la vida ciudadana, esto es, en el seno del Estado. Por eso, no basta con proporcionar una renta básica a todos para librarnos de la desigualdad y sus consecuencias. Hace falta Estado. Hace falta política. ¿Pero qué política? Sobre esto trata nuestra última colaboración en
el diario.es Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí.