El porqué de la (larga) decadencia del teatro es algo complejo de explicar. Preguntaba hace muchos años Jerzy Grotowski (un gurú del teatro experimental de los 60) por aquello que ofrece el teatro y no puede ofertar ningún otro espectáculo. Mi respuesta es que no hay nada artísticamente esencial en el teatro que no pueda ser traducido, hoy en día, a otros lenguajes audiovisuales. El tópico de que el teatro es algo “vivo” y, en ese sentido, incomparable con el cine u otros espectáculos grabados es simple fetichismo. En general, el público no acude el teatro a sentir la presencia de los actores, ni a romper cuartas paredes, ni a gozar de algo único e irrepetible, sino, simplemente, a ver una buena obra.
¿Qué podría ofrecer, entonces, el teatro – que no tiene nada esencialmente específico que ofrecer – para salir de este confinamiento (entre institucional y “folclórico”) en el que penosamente pervive? La respuesta creo que está muy clara: tiene que ofrecer calidad. El teatro ya no puede ni podrá ser un espectáculo de entretenimiento popular. Bien. Que lo sea fundamentalmente artístico y educativo.
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