p { margin-bottom: 0.25cm; direction: ltr; color: rgb(0, 0, 0); line-height: 120%; }p.western { font-family: "Liberation Serif","Times New Roman",serif; font-size: 12pt; }p.cjk { font-family: "Droid Sans Fallback"; font-size: 12pt; }p.ctl { font-family: "Lohit Marathi"; font-size: 12pt; }
p { margin-bottom: 0.25cm; direction: ltr; color: rgb(0, 0, 0); line-height: 120%; }p.western { font-family: "Liberation Serif","Times New Roman",serif; font-size: 12pt; }p.cjk { font-family: "Droid Sans Fallback"; font-size: 12pt; }p.ctl { font-family: "Lohit Marathi"; font-size: 12pt; } Es frecuente que maestros y profesores clasifiquen a los niños en una de estas tres categorias: disruptivos, desinteresados y voluntariosos (en el lenguaje de la pedagogía castiza: “gamberros”, “vagos” y “trabajadores”). Dejando aparte el caso de los chicos que por algún tipo de discapacidad evidente necesitan apoyos (o los que, en la pedagogía de andar por casa, son “cortitos”), la estrategia antes los tres grupos de alumnos citados es, a veces, esta: amenazar con castigos y expedientes varios a “disruptivos” y “desinteresados”, y prometer todo el apoyo y atención a los más voluntariosos. ¿Es esto correcto?... De esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí.