He visto a brillantes alumnos llorar de angustia ante su primer suspenso. De repente se veían solos, fuera de la tranquilizadora sucesión de aprobaciones externas en que vivían, y enfrentados a la terrible pregunta:
¿qué es lo que quiero yo más allá de lo que los otros quieren que quiera? El
suspenso supone “perderse”, pero también “suspender” la más ciega huida hacia adelante que es el obligado “camino al éxito”. “Ve despacio – decía el poeta – , que a donde tienes que ir es a ti solo”. Pero para ir a nosotros mismos y encontrarnos, antes tenemos que... perdernos.
“Educar” – dice Recalcati – no es “conducir” a alguien por el “camino recto”, sino “sacarlo de sus casillas”, “corromperlo”. Es ahí donde educar (
educere) se confunde con seducir (
seducere). El verdadero aprendizaje nace de la desviación, el tropiezo y la pérdida, y de la angustia de encontrarse solo y libre. Por ello, el maestro, lejos de formar al alumno como a una máquina competente y homologable, ha de de promover la desviación de la que arranca toda subjetividad y verdadero deseo.
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