El rechazo de la filosofía como saber irrelevante (o impertinente) en Brasil (y otros lugares) no es solo cuestión de ignorancia. Ni de política. Es cierto que – especialmente en Latinoamérica – algunas facultades tienen fama de “subversivas” o “izquierdistas” (entre ellas las de Filosofía), y que el gobierno de Bolsonaro amenaza con una política educativa fascistoide (control ideológico de los profesores, régimen policial en las escuelas, retirada de fondos a universidades “conflictivas”). Pero ni la filosofía es, en rigor, de “izquierdas” (ni de “derechas”), ni ha dejado de ser relativamente tolerada por estados mucho más fascistas que el de Bolsonaro (muy conscientes de la eficacia de aquella cuando se la pervierte e instrumentaliza ideológicamente).
Más que a simple ignorancia o motivos políticos, la impugnación de la filosofía obedece, en sentido amplio, a la expansión del espíritu pragmático y puritano de la cultura anglosajona. Ahí tienen, por ejemplo, la influencia cada vez mayor del evangelicalismo, no solo en Brasil (donde es la fuente reconocida de autoridad moral del gobierno de Bolsonaro), sino en toda Latinoamérica. Hay que recordar que, a diferencia de lo que ocurre en la tradición católica, las iglesias evangélicas – y, en general, protestantes – se fundan en una concepción radicalmente fideísta y anti-intelectualista de la religiosidad. A Dios – afirman – solo se accede a través de la fe (y no de razonamientos teológicos o representaciones sensibles). Consecuentemente, y a imagen del presunto cristianismo primitivo, el prototipo moral del evangelicalismo es el de una persona sencilla que se limita a trabajar, amar a los suyos, y satisfacer el resto de sus necesidades espirituales en el templo. “Ora et labora”. No hay más. La búsqueda del conocimiento per se es vana curiositas. Y la razón – como decía Lutero – la prostituta del diablo... Sobre todo esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo
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