Sabemos que gran parte del éxito de nuestra especie se debe a la capacidad para articular las energías individuales en estructuras de cooperación social cada vez más amplias, tanto en el tiempo como en el espacio. La condición formal para esta expansión de la vida social serían nuestra extraordinaria memoria y lenguaje (la capacidad de desplazamiento simbólico más allá del aquí y el ahora – y de nuestro punto de vista, para poder penetrar la mente de otros – ). Pero la condición material es, sin duda, la generación de un patrimonio compartido de significados acerca del origen y el sentido del orden comunitario, de su prevalencia sobre los intereses individuales, del dominio del entorno, y de la estructura espiritual que lo legitimara todo en el contexto de una concepción cosmológica integral. Una legitimación del orden social que se da desde el momento – indica Lewis-Williams – en que la propia generación de significados o conocimientos (la mitología plasmada en las cuevas y objetos artísticos paleolíticos) recae no en todos – democráticamente – sino en una élite de chamanes o especialistas religiosos, conocedores de los procesos crípticos de generación de imágenes, y que, aliados (o detentadores ellos mismos) del poder político, convierten al resto de la población en un conjunto subordinado de “fieles”.
No sé si se han dado cuenta, pero es probable que no hayamos salido aún de esa caverna – la misma que imaginaba Platón – en la que poderosos chamanes-artistas crean imágenes para la multitud. Los chamanes son, hoy, aquellos que con sus misteriosos algoritmos, sus secretas patentes y proyectos de investigación, o su masiva irradiación de representaciones, pasan por encima de nuestras cabezas haciéndonos confundir la sombra (de sus intereses) con la luz de un conocimiento compartido y sustentador de sentido.
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