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Renè Magritte. LA DÉCALCOMANIE - 1966 |
Como suele decirse, la política está entre la ciencia y el arte: es ciencia de lo posible y lo prescriptivo y, a la vez, arte de lo contingente o dado. Por ello, en política no basta ni la perspectiva estrictamente crítica (la del intelectual que, por exceso de ciencia y rigor ético, se extravía del entorno), ni el simple furor militante (el del activista que, por exceso de voluntarismo estético - subjetivo/sentimental -, acaba confundiéndose con ese mismo entorno). Ni uno ni otro pueden hacer política (al primero le falta sensibilidad hacia los medios, al segundo objetividad en los fines). ¿Quién debe ser entonces el político? Entre los dos extremos –el del que lo ve y juzga todo sin ser visto ni juzgado, y el del dogmático que, sin ver nada, es reconocido por todos– está el que ve y se deja ver, esto es: el que alterna el diálogo sobre los principios (sin extrañamiento, desde el común de la razón) con la acción responsable (sin subjetivismo ciego, desde el interés común). Y este debe ser el ciudadano –el común de la ciudadanía–, que es quien ha de ejercer directamente el poder, sin delegación que valga... De todo esto trata esta última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo
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