La convocatoria de nuevas elecciones en nuestro país, las cuartas en cuatro años, representa un rotundo fracaso, no de la democracia en sí, sino del sistema de partidos sobre el que recae el monto mayor de poder político – muy por encima del que pertenece nominalmente a la ciudadanía y que esta solo ostenta, hoy, de manera formal –. La situación es tan grave como el efecto combinado de cinismo y conformismo que genera y que a la vez permite, perversamente, soportarla.
“Cinismo” es un término curioso. Designa tanto la absoluta impudicia con que se engaña a los demás, como la actitud de descreimiento e indiferencia de aquellos a los que se ha engañado ya incontables veces. Lo uno y lo otro parecen sostenerse mutuamente. Así, el increíble cinismo con que los partidos venden estos días su fracaso y descuido del interés publico (en pos del interés propio) como si fuera un heroico auto-sacrificio, un defecto del sistema, o un exceso de ambigüedad del electorado, parece sostenerse en que una actitud distinta – crítica y honesta – generaría tal reacción de cinismo en los ciudadanos que no valdría la pena siquiera correr el riesgo de intentarlo.
Si partidos y ciudadanos empatan en cinismo, no andan menos parejos en conformismo. El silencio corporativo y la completa ausencia de debate (por no hablar de dimisiones) en el seno de los partidos tras estos días aciagos es análogo al silencio indiferente de la mayoría. Todos parecen tenerlo claro, de manera que, en el fondo, nadie engaña ya a nadie. Los ciudadanos saben perfectamente que estamos donde estamos por simple calculo y hambre de poder (y no por interés de estado, desarreglos programáticos o presuntas – e infantiles – desavenencias personales). Y los políticos saben que lo sabemos – aunque actúen como si fuéramos bobos de feria – y que, no obstante, vamos a seguir votándoles por puro amor al orden. Todos, en fin, nos engañamos de forma más o menos rutinaria o inconsciente, con la certeza de que no hay nada (mejor) más allá de este patético juego de complicidades.
Ahora bien, sería insensato pensar que esta situación de deterioro puede mantenerse a perpetuidad. De hecho, las partitocracias occidentales están cercadas por diferentes versiones (populismo, antiparlamentarismo, ultranacionalismo, fundamentalismo...) de la tiranía que ya los filósofos clásicos concebían como el fruto degenerado de la democracia – y del que la historia nos ha dejado muestras más que suficientes –.
¿De qué forma se podría evitar esta debacle?... Sobre este asunto tratamos en esta nueva colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí.